"El arte de cambiar el cerebro" James E. Zull (16/52 2025):
"Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre.". Mahatma Gandhi
Para comenzar a transitar el apasionante tema de los cambios
a través del aprendizaje que aborda el libro “El arte de cambiar el cerebro” de
James E. Zull quizás convenga primero saber porqué esta actividad humana es tan
fundamental a lo largo de la vida. Algunas de las razones para focalizarse,
invertir tiempo y esfuerzo en este tema son las siguientes:
1. El aprendizaje continuo potencia la adaptabilidad en un
mundo cambiante
En un entorno de cambio acelerado, quien aprende
continuamente es capaz de adaptarse, reinventarse y prosperar. "21 Lessons
for the 21st Century", Yuval Noah Harari, 2018.
2. Mejora la salud mental y la resiliencia emocional
Aprender algo nuevo estimula el cerebro, refuerza la
autoestima y proporciona propósito. "The Brain That Changes Itself",
Norman Doidge, 2007.
3. Fortalece el sentido de propósito y crecimiento personal
Aprender continuamente ayuda a construir una vida con
dirección, exploración interior y sentido. "Drive: The Surprising Truth
About What Motivates Us", Daniel H. Pink, 2009.
4. Fomenta el pensamiento crítico y la autonomía
Aprender de manera constante permite cuestionar, discernir y
decidir con criterio propio. "Teaching Critical Thinking", Bell Hooks,
2010.
5. Es clave para la empleabilidad y la innovación
profesional
En la era digital, las habilidades se vuelven obsoletas
rápidamente. Aprender es mantenerse vigente. "How Learning and Development
Can Future-Proof Your Workforce", McKinsey & Company, 2022.
A continuación, las veinte enseñanzas clave de “El arte de cambiar el cerebro” “the art of changing the brain” de James E. Zull:
1. Aprender es cambiar físicamente el cerebro
Cada vez que aprendemos algo nuevo, el cerebro se
transforma. Esta afirmación, lejos de ser una metáfora, es una verdad
neurobiológica: el aprendizaje genera nuevas conexiones neuronales, reorganiza
las ya existentes y refuerza circuitos sinápticos. Esta idea nos conecta con la
dignidad profunda del acto de aprender: no es una tarea mecánica ni utilitaria,
sino un proceso biológico de evolución interior. James E. Zull se apoya en los
hallazgos de Eric Kandel (Premio Nobel, 2000), quien demostró cómo la experiencia
cambia la eficacia sináptica, sentando las bases de la memoria y el
conocimiento. Aprender, entonces, es literalmente cambiar quiénes somos.
2. El aprendizaje nace de la experiencia personal
Aprender comienza cuando alguna situación especial sucede en
como por ejemplo, una vivencia trascendente, una situación que nos interpela,
un error que duele o una alegría que inspira: es en esos momentos es donde el
aprendizaje ancla sus raíces profundas. El modelo experiencial de Kolb, que James
E. Zull articula con la neurociencia,
nos recuerda que no aprendemos desde el vacío, sino desde la vivencia. La
experiencia activa el cerebro sensorial y motor; la reflexión activa los
lóbulos frontales; la conceptualización convoca la corteza cerebral; y la
aplicación requiere del sistema motor y ejecutivo. Sin este ciclo completo, el
conocimiento queda suspendido, sin base ni propósito. Por esa razón, todo
aprendizaje real empieza con la experiencia personal. No hay teoría que
sustituya una experiencia significativa.
3. La emoción es esencial para la memoria y la atención
El cerebro no graba lo que es neutro: recuerda lo que le
importa. Y lo que le importa está teñido de emoción. Cuando algo nos conmueve
—sea alegría, miedo, sorpresa o dolor— la amígdala cerebral se activa y le dice
al hipocampo: “esto es importante, grábalo bien”. James E. Zull conecta esta
función con lo que sucede en el aula, la vida cotidiana, las interacciones con
otras personas. Si lo que enseñamos o comunicamos no nos moviliza
emocionalmente, probablemente no será recordado. La emoción no es decorado: es
el núcleo del aprendizaje. Los estudios de Antonio Damasio y Mary Helen
Immordino-Yang confirman que sin emoción no hay pensamiento significativo.
4. El cerebro busca sentido, no datos aislados
Nuestra mente no es una biblioteca de archivos, sino un
buscador de significados. El cerebro humano opera conectando lo nuevo con lo
conocido, buscando patrones, coherencia y relevancia. Por eso, los datos por sí
solos no enseñan, necesitamos contexto, propósito, historias e imágenes. James
E. Zulll afirma que la comprensión real ocurre cuando el cerebro logra
construir un mapa de significados, no cuando memorizamos fragmentos sin
anclajes. Esto exige que quienes enseñan o comunican ayuden a conectar los puntos,
en vez de simplemente entregar información. El conocimiento sin sentido se
olvida; el conocimiento con sentido se transforma en sabiduría.
5. La curiosidad activa el sistema de recompensa cerebral
La curiosidad no es solo una actitud: es una estrategia
neurobiológica para aprender. Cuando algo nos despierta interés genuino, se
libera dopamina, lo que mejora la atención, la memoria y la motivación. En
otras palabras, la curiosidad abre el cerebro y lo vuelve más receptivo.
James E. Zull se apoya en estudios como el de Gruber (2014), que muestran que
cuando las personas sienten curiosidad, su hipocampo (centro de memoria) se
activa más, incluso para información no directamente relacionada. Esto nos recuerda
que sembrar preguntas puede ser más poderoso que ofrecer respuestas: el deseo
de saber es más fuerte que la obligación de memorizar.
6. La plasticidad cerebral permite aprender durante toda la vida
Durante mucho tiempo se pensó que el cerebro humano tenía un
período de aprendizaje limitado a la infancia y adolescencia. Hoy sabemos que
esto no es cierto. Gracias a la plasticidad neuronal, el cerebro mantiene la
capacidad de reorganizarse a lo largo de toda la vida. James E. Zull lo enfatiza afirmando que nunca dejamos de
poder cambiar, mejorar, reaprender. Las neuronas siguen formando nuevas
conexiones incluso en la vejez, siempre que haya estimulación, motivación y
sentido. Investigaciones como las de el Dr. Michael Merzenich (uno de los
padres de la neuro plasticidad) confirman esta capacidad asombrosa del cerebro
adulto para renovarse. La edad no es una barrera: el estancamiento lo es.
7. La seguridad emocional es condición para aprender
Cuando una persona se siente en peligro —física o
emocionalmente— su cerebro entra en modo de defensa. El sistema límbico activa
respuestas de lucha, huida o bloqueo, y la corteza prefrontal (responsable del
razonamiento, la creatividad y la toma de decisiones) se inhibe. James E. Zull advierte:
el miedo mata el aprendizaje. Por eso, crear un entorno donde las
personas se sientan escuchadas, valoradas y libres de humillación no es una
gentileza: es una necesidad biológica. La neurociencia lo confirma: solo en
contextos de seguridad emocional se activan los sistemas cerebrales que
permiten la apertura, la exploración y el crecimiento real.
8. El error es parte del proceso de aprendizaje cerebral
Errar no es fallar: es aprender. El cerebro utiliza el error
como una señal para ajustar y fortalecer sus redes. Cuando nos equivocamos y
prestamos atención a ello, se activan regiones como el lóbulo anterior y la
corteza prefrontal, que facilitan la corrección y el aprendizaje. James E. Zull
invita a repensar la cultura del error como un aliado del proceso cognitivo.
Enseñar a aprender desde el error es empoderar, no castigar. Aprender a tolerar
la incertidumbre, revisar creencias y probar nuevas rutas es una capacidad
central para cualquier transformación duradera.
9. El aprendizaje activo involucra al cuerpo y al entorno
El conocimiento no se queda en la cabeza: pasa por el
cuerpo. Moverse, tocar, construir, actuar, debatir, crear... todo ello
involucra redes neuronales motoras, sensoriales y emocionales que consolidan lo
aprendido. James E. Zull basandose en su formación como biólogo, resalta la
importancia del cuerpo en el proceso de aprendizaje. Aprender pasivamente —solo
escuchando o leyendo— limita la participación cerebral. En cambio, cuando
hacemos, dramatizamos, simulamos o explicamos con nuestras propias palabras, el
aprendizaje se profundiza. El cuerpo es un aula viva.
10. Cada cerebro aprende de manera diferente
No hay dos cerebros iguales. Cada persona tiene un mapa
neuronal único, formado por su historia, emociones, lenguaje, cultura y
entorno. James E. Zull enfatiza que
pretender enseñar de una sola forma es ignorar esta diversidad biológica. Las
investigaciones en neurodiversidad y aprendizaje personalizado lo confirman:
algunas personas necesitan más imágenes, otras necesitan movimiento; algunas
piensan en palabras, otras en metáforas; algunas avanzan rápido, otras
lentamente. La enseñanza efectiva parte de la empatía: entender que cada uno recorre
su propio camino para llegar a la comprensión.
11. La relación emocional con el educador potencia el
aprendizaje
El aprendizaje es profundamente relacional. No aprendemos
solo por lo que se dice, sino por quién lo dice y cómo nos hace
sentir. James E. Zull destaca que cuando
existe una conexión emocional con quien enseña —confianza, respeto, afecto— se
activa una disposición neuronal más abierta, receptiva y motivada.
Esto no es intuición romántica, es neurociencia: la oxitocina, neurotransmisor
vinculado al vínculo y la empatía, fortalece los circuitos de atención y reduce
la ansiedad. Un maestro o líder que genera conexión emocional puede cambiar
vidas, porque no enseña a una mente: alcanza a la persona.
12. La reflexión consolida el aprendizaje
Hacer una pausa para pensar lo vivido es lo que transforma
la experiencia en conocimiento. La reflexión activa la corteza prefrontal, el
área del cerebro que integra el pasado con el presente, el pensamiento
abstracto con la emoción, y la percepción con la acción. James E. Zull explica
que, sin reflexión, lo aprendido queda como algo suelto, frágil, sin raíces. En
cambio, cuando una persona se detiene, mira hacia adentro, hace conexiones y
encuentra sentido, se produce la consolidación neuronal del aprendizaje.
Enseñar a reflexionar es enseñar a aprender a largo plazo.
13. La sorpresa y la novedad capturan la atención
El cerebro adora lo inesperado. Los estímulos novedosos
activan el sistema dopaminérgico y el circuito de atención (áreas como la
corteza parietal y prefrontal), generando un estado de alerta y curiosidad que
favorece el aprendizaje. James E. Zull recomienda aprovechar esto en la enseñanza:
romper la rutina, utilizar metáforas, generar preguntas provocadoras,
sorprender con imágenes o cambios de ritmo. La monotonía duerme el cerebro; la
novedad lo despierta. Enseñar no es solo entregar contenido, es mantener
vivo el asombro.
14. El poder de las historias en el aprendizaje
Contar una historia es mucho más que adornar un contenido:
es activar múltiples regiones del cerebro al mismo tiempo. Las narraciones
estimulan la corteza auditiva, visual, emocional y motora, creando una
experiencia multisensorial que deja huella. James E. Zull se apoya en esta
evidencia para sugerir que contar es conectar. Una buena historia genera
empatía, facilita la comprensión y permite recordar con más facilidad. Desde
los mitos antiguos hasta las charlas TED, el relato sigue siendo el vehículo
más humano y potente del conocimiento.
15. Sin aplicación, el conocimiento se evapora
Lo que no usamos, lo olvidamos. Para que el aprendizaje sea
sólido, necesita pasar a la acción: probarse, aplicarse y vivirse. James E.
Zull afirma que la aplicación no es la
etapa final, sino el verdadero comienzo del aprendizaje significativo. Cuando
algo se pone en práctica, se refuerzan los circuitos neuronales implicados,
especialmente en el cuerpo estriado y la corteza motora. El conocimiento se
vuelve parte de nosotros cuando lo usamos para tomar decisiones, resolver
problemas, transformar realidades. Aprender es hacer.
16. El aprendizaje profundo requiere tiempo y repetición
significativa
En un mundo que premia la velocidad, esta enseñanza es
contracultural pero esencial: el aprendizaje auténtico necesita tiempo,
paciencia y repetición con sentido. James E. Zull lo explica desde la neurobiología: las
conexiones sinápticas se fortalecen cuando se activan reiteradamente, como si
el cerebro construyera caminos que, con el uso, se vuelven autopistas. Pero no
se trata de repetir sin pensar, sino de revisitar con profundidad, cada
vez desde una mirada más integrada. El aprendizaje profundo madura como un
fruto: no se acelera por apuro, sino por cuidado constante.
17. El cerebro necesita descansar para integrar lo
aprendido
No solo aprendemos cuando estamos activos; también cuando paramos.
Durante el descanso y el sueño, el cerebro consolida lo aprendido,
reorganiza información y desecha lo irrelevante. James E. Zull destaca que la
corteza prefrontal necesita pausas para procesar, y que el aprendizaje se
profundiza cuando hay espacios de silencio, de desconexión y de sueño de
calidad. Estudios del Dr. Matthew Walker (neurocientífico del sueño) confirman
que el sueño es esencial para la memoria y la creatividad. Descansar no es
perder el tiempo: es parte del proceso de aprender.
18. La motivación interna es más poderosa que la externa
Aprendemos mejor cuando sentimos que lo que hacemos tiene
sentido para nosotros. La motivación que nace del interior, la que está
vinculada con nuestros valores, pasiones o deseos de crecer, activas regiones
cerebrales profundas, como el núcleo accumbens y el sistema dopaminérgico, que
sostienen la atención y el esfuerzo en el tiempo. James E. Zull señala que los
incentivos externos (notas, premios, castigos) pueden generar resultados
superficiales, pero no construyen aprendizajes duraderos. Cultivar la motivación
interna es ayudar a que las personas se apropien de su proceso y
encuentren en él algo que las nutra.
19. La autopercepción modifica la forma en que aprendemos
Cómo nos vemos a nosotros mismos tiene un impacto directo en
lo que creemos que podemos aprender. Si una persona se considera “mala para las
matemáticas” o “incapaz de hablar en público”, su cerebro filtrará la
experiencia desde esa creencia limitante, reduciendo su apertura y su
desempeño. James E. Zull relaciona esta idea con la neuro plasticidad: cambiar
la percepción de uno mismo puede abrir nuevas rutas neuronales. Las
investigaciones de Carol Dweck (09/52 2025) sobre mentalidad de crecimiento
muestran que quienes creen que pueden mejorar con esfuerzo aprenden más, se
frustran menos y se desarrollan más. Creer en uno mismo no es autoestima
ingenua: es una condición neuronal para el aprendizaje.
20. Educar es acompañar la transformación del cerebro y
del ser
La enseñanza no es la transmisión de contenidos, sino el
acompañamiento de una transformación biológica, emocional y personal. Educar,
dice James E. Zull, es entrar en la vida del otro con respeto y presencia,
entendiendo que cada palabra, cada gesto, cada espacio de escucha, puede
literalmente moldear el cerebro de quien aprende. Este enfoque eleva la tarea
educativa a una dimensión ética y humana. Implica comprender que estamos
participando en un proceso de construcción de identidad, de pensamiento y de futuro.
No enseñamos solo saberes: tocamos vidas.
Y si aprender es importante, podriamos tambiñén incorporar habilidades para enseñar ya que es una aptitud valiosa para líderes, padres, mentores y cualquier persona que quiera influir positivamente en los demás. La dedicación al desarrollo de de otras personas puede ayudarnos a nosotros mismos por los siguientes motivos:
a)
Enseñar es una de las mejores formas de aprender
Quien enseña aprende dos veces:
se profundiza la comprensión y se afina el pensamiento crítico. ("Make
It Stick: The Science of Successful Learning", Brown, Roediger &
McDaniel, 2014).
b)
Enseñar desarrolla habilidades de comunicación y
empatía
Para enseñar bien, necesitas
entender cómo piensa el otro, adaptar tu lenguaje y crear puentes. "The
Courage to Teach", Parker J. Palmer, 1998.
c)
Enseñar construye liderazgo y capacidad de
influencia positiva
Los buenos líderes son, en
esencia, grandes maestros: inspiran, guían y forman a otros. Multipliers:
How the Best Leaders Make Everyone Smarter", Liz Wiseman, 2010.
d)
Aprender a enseñar mejora la cultura
colaborativa y el aprendizaje organizacional
Enseñar dentro de una comunidad
(empresa, familia, grupo) multiplica el conocimiento colectivo.” Creating
Cultures of Thinking", Ron Ritchhart, 2015.
e)
Enseñar activa un sentido profundo de propósito
y trascendencia
“Enseñar no es transferir
conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción.” — Paulo
Freire
Aristóteles,
Suerte. Buen viaje
mario kogan
13/abr/25
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