"El mundo y sus demonios" Carl Sagan (18/52 2025)
"El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas" Bertrand Russell, Escritor, filósofo y matemático. (1872-1970). Premio Nobel de literatura 1950
Carl Edward Sagan (1934-1996) fue
un astrónomo, científico planetario, escritor y comunicador, autor de mas de
600 artículos científicos, creador de la serie televisiva Cosmos y de más de veinte
libros. El libro “El mundo y sus demonios” es el foco de esta edición de las veinte
enseñanzas clave. En esta obra, Carl Sagan no solo explica la ciencia sino que
la convierte en una herramienta ética para vivir con mayor conciencia
conectando ciencia con humanidad de forma accesible y profunda uniendo la razón
con la emoción, los datos con la compasión. El libro habla tanto de cómo
pensamos como de por qué importa pensar bien. No es solo un tratado racional
sino que es una carta de amor al conocimiento. Está escrito con ternura por
alguien que cree profundamente en la dignidad humana. El libro fue escrito en
1995 y sin embargo parece haber sido redactado para nuestros días. Frente a las
manipulaciones, fake news, teorías conspirativas, rechazo a la evidencia y
líderes que desprecian la razón, este libro se vuelve un faro en las tinieblas.
No solo alerta sobre los riesgos, sino que ofrece herramientas para pensar con
claridad y actuar con responsabilidad.
Una obra esencial para cualquier
persona que quiera desarrollar una mente más libre, informada y resistente a la
manipulación.
A continuación, las veinte enseñanzas
clave de "El mundo y sus demonios" de Carl Sagan (18/52 2025) :
1. El pensamiento crítico es esencial para la supervivencia
En un mundo saturado de información y
voces que compiten por nuestra atención, el pensamiento crítico es un
salvavidas. No se trata de desconfiar de todo, sino de hacernos preguntas
relevantes: ¿Quién dice esto? ¿Con qué pruebas? ¿Cuál es la intención detrás
del mensaje? El psicólogo Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía, mostró en “Thinking,
Fast and Slow” que tendemos a confiar en atajos mentales (heurísticas) que nos
hacen vulnerables a errores sistemáticos. Si no cultivamos el pensamiento
analítico, terminamos creyendo cosas que suenan bien pero que no resisten el
menor análisis. Hoy, más que nunca, pensar críticamente es un acto de coraje.
Es defender la verdad incluso cuando es incómoda. Es vivir despiertos, y no
simplemente reaccionar. Es una forma de amor por uno mismo y por los demás,
porque sin pensamiento crítico, somos presa fácil de quienes nos quieren
manipular.
2. La ciencia como vela en la oscuridad
La ciencia no es una torre de marfil,
es una linterna para caminar en la noche. Nos permite comprender lo invisible:
desde las partículas que forman la materia hasta los vínculos que nos unen como
sociedad. La historiadora Naomi Oreskes lo explicó bien en “Why Trust Science?”:
la ciencia es confiable no porque nunca se equivoque, sino porque tiene
mecanismos para corregirse. No es dogma, es proceso. Imagínate en medio de una
tormenta, sin luz, sin mapa. La ciencia es esa vela que, aunque pequeña,
ilumina el camino lo suficiente para que no tropecemos. Es imperfecta, sí, pero
es infinitamente más fiable que la oscuridad del “yo creo”. La ciencia es
esperanza estructurada. Es decir: no es solo saber cosas, sino tener
herramientas para transformar la realidad. No elimina el misterio del mundo: lo
revela.
3. El escepticismo no es cinismo
Hay una diferencia abismal entre dudar
por inteligencia y rechazar por amargura. El escepticismo sano es una forma de
respeto: hacia la verdad, hacia los otros, y hacia uno mismo. El cinismo, en
cambio, es una renuncia disfrazada de sabiduría. La filósofa Martha Nussbaum
defiende en “Not for Profit” que el pensamiento crítico, cuando se enseña con
sensibilidad, no destruye el asombro, sino que lo profundiza. El escepticismo
bien entendido es un puente entre la emoción y la razón. Ser escéptico no es
andar desconfiando de todo, sino exigir lo que toda creencia merece: razones.
Porque creer sin pruebas es como amar sin respeto: puede parecer intenso, pero
termina hiriendo.
4. El anhelo humano de creer
Creer es humano. Nuestra mente busca
patrones, explicaciones, sentido. En ausencia de certezas, nuestro cerebro
inventa historias. Lo hacemos por consuelo, por miedo o simplemente porque la
duda nos incomoda. El antropólogo Pascal Boyer, en “Religion Explained”,
muestra cómo nuestras estructuras cognitivas nos llevan a crear y aceptar ideas
sobrenaturales. No porque seamos irracionales, sino porque nuestra biología
favorece la narrativa sobre la evidencia. Por eso, el objetivo no es eliminar
la necesidad de creer, sino canalizarla. Podemos reemplazar la fe ciega por una
curiosidad activa. Podemos creer en la dignidad humana, en la justicia, en la
mejora continua. Esas creencias también alimentan el alma, pero no requieren
negar la razón. Creer no está mal. Lo peligroso es dejar de pensar cuando
creemos.
5. La importancia de la alfabetización
científica
No todos seremos científicos, pero
todos necesitamos entender la ciencia. Porque hoy, cuestiones vitales como las
vacunas, el cambio climático o la inteligencia artificial afectan nuestras
vidas y nuestras decisiones políticas. Según un estudio del Pew Research Center
(2019), existe una fuerte correlación entre comprensión científica y
participación ciudadana informada. Quien comprende los fundamentos de la
ciencia no solo vota mejor, sino que es menos susceptible a la desinformación. Como
dijo Neil deGrasse Tyson: “La ciencia es una forma de pensar, más que un
conjunto de conocimientos.” Una sociedad científicamente alfabetizada es
más libre, más crítica y difícil de manipular.
6. El método científico como antídoto contra la manipulación
En un mundo donde las noticias falsas
circulan más rápido que los hechos, el método científico es una brújula moral e
intelectual. Su fuerza no está en garantizar verdades absolutas, sino en
ofrecer una forma sistemática de distinguir entre lo que creemos y lo que
podemos demostrar. “Una teoría científica debe ser falsable, es decir, debe
poder ser puesta a prueba y potencialmente refutada por la experiencia.” Según
expresa Karl Popper en “The Logic of Scientific Discovery” (1959). Popper no
afirma que una teoría deba ser “verdadera” en sentido absoluto (como buscaba el
positivismo lógico), sino que debe ser susceptible de ser probada falsando su
contenido empírico. Una teoría que no puede ser refutada por ningún experimento
posible no es científica. Lo que no puede ser refutado, no es conocimiento,
sino creencia. Cuando una sociedad se acostumbra a aceptar afirmaciones sin
pruebas, se vuelve gobernable por los que gritan más fuerte. El método
científico, con su paciencia y rigurosidad, nos vacuna contra los vendedores de
humo y los discursos manipuladores. Es una defensa de la libertad.
7. Los demonios modernos:
pseudociencias y supersticiones
Los demonios del pasado eran monstruos
y brujas. Los de hoy son charlatanes que prometen curas milagrosas, influencers
que niegan la ciencia, o sistemas de creencias que reemplazan el conocimiento
por la emoción. La psicóloga Carol Tavris, en “Mistakes Were Made (But Not by
Me)”, explica cómo justificamos nuestras creencias irracionales incluso frente
a pruebas contundentes. A veces no creemos lo que es cierto; creemos lo que nos
hace sentir bien. Pero la comodidad puede ser peligrosa. Si negamos las
vacunas, si aceptamos discursos racistas disfrazados de verdades biológicas, si
ignoramos la evidencia del cambio climático, no estamos eligiendo ignorancia
inocente: estamos eligiendo el riesgo, la exclusión, la muerte. Combatir los
demonios modernos no es ridiculizar al que cree, sino tender puentes. Escuchar,
educar, proponer alternativas más humanas y verificables. La ciencia no debe
ser un dogma, sino una conversación que invite a pensar.
8. La memoria y la percepción son falibles
A veces confiamos más en lo que
recordamos que en lo que realmente ocurrió. Pero los estudios de Elizabeth
Loftus sobre la memoria falsa demuestran que nuestros recuerdos pueden ser
moldeados, e incluso inventados, por sugestiones externas. Esto tiene enormes
consecuencias: desde testimonios judiciales hasta nuestras propias historias
personales. No somos máquinas que graban el pasado, sino narradores que lo
reinterpretan constantemente. Reconocer esta falibilidad no nos debilita, nos
humaniza. Nos hace más prudentes, más empáticos. Nos recuerda que antes de
acusar, debemos escuchar, y que antes de afirmar, debemos verificar. El error
no es enemigo de la verdad; es parte del camino hacia ella.
9. El poder del asombro
El asombro es el motor más profundo del
conocimiento. No estudiamos porque nos obligan, sino porque algo nos conmueve.
Un eclipse, una ecuación elegante, el lenguaje de las ballenas o la danza de
los planetas. “El arte más importante del maestro es despertar el gozo de crear
y de conocer.” Según mencionaba Albert Einstein en “Ideas and Opinions (1954)”,
El asombro es la raíz de toda ciencia, y también de toda poesía. Cuando
perdemos la capacidad de asombrarnos, nos volvemos cínicos, repetitivos,
grises. Pero cuando nos maravillamos por una célula, por una lluvia de
estrellas o por cómo funciona el corazón humano, recuperamos una conexión con
la vida que no se puede enseñar, solo contagiar.
10. La humildad intelectual
Reconocer lo que no sabemos es una
forma profunda de sabiduría. La doctora Kathryn Schulz, en “Being Wrong”,
argumenta que admitir errores no es señal de fracaso, sino de aprendizaje y
madurez intelectual. La arrogancia es incompatible con la ciencia. Quien cree
tener siempre la razón, deja de escuchar. En cambio, el que duda y pregunta,
crece. En un mundo saturado de opiniones, la humildad se ha vuelto
revolucionaria. Aceptar que podemos estar equivocados es abrir la puerta al
conocimiento, y también a una convivencia más amable y democrática.
11. El peligro de la autoridad sin
conocimiento
Una sociedad donde las decisiones son
tomadas por líderes ignorantes o desinformados está condenada a la catástrofe.
Hannah Arendt alertaba contra la banalidad del mal: cuando la obediencia ciega
se combina con la indiferencia al conocimiento, ocurren los peores crímenes. Un
político que desprecia la ciencia, un influencer que desinforma a millones, un
educador que reprime la curiosidad... todos son ejemplos de poder sin
conciencia. Y ese poder sin ciencia es tan peligroso como un cirujano sin
bisturí. La autoridad legítima nace del saber, del diálogo y del respeto. No
del miedo ni de la manipulación.
12. La ciencia como acto profundamente
humano
A menudo se presenta la ciencia como
impersonal, pero está hecha por personas: con dudas, pasiones, errores y
esperanza. La neurocientífica Maryanne Wolf, en “Proust and the Squid”, muestra
cómo incluso la lectura y la ciencia son actos profundamente emocionales. Detrás
de cada fórmula, hay una historia. Detrás de cada avance, hay una vida, un
intento, un fracaso. La ciencia no es solo técnica: es emoción organizada, es
ternura hacia el mundo. Comprender esto nos permite reconciliar la razón con el
corazón. Porque pensar también es una forma de amar.
13. La belleza de la duda
Vivimos en tiempos donde se espera que
tengamos respuestas inmediatas. Pero la duda es una forma profunda de conexión
con la realidad. Es humildad, es escucha, es pausa. El filósofo Zygmunt Bauman escribió
que vivimos en una modernidad líquida donde todo cambia. En ese contexto, la
capacidad de dudar, de adaptarse, de replantearse, es más valiosa que cualquier
certeza. No se trata de vivir paralizados, sino de actuar desde la conciencia
de que podríamos estar equivocados. La duda no paraliza; afina.
14. La educación debe enseñar a pensar,
no solo a obedecer
Las escuelas que solo premian la
memorización forman súbditos, no ciudadanos. Paulo Freire lo expresó en el
libro “Pedagogía del oprimido”: la educación debe ser un acto de libertad, no
de domesticación. Educar no es llenar cabezas, sino encender mentes. Es enseñar
a hacerse preguntas, a confrontar ideas, a construir sentido propio. No basta
con enseñar “qué es lo que hay que pensar” sino que se debería enseñar “cómo
pensar”. Una sociedad crítica se cultiva en aulas que abrazan el error como
aprendizaje, y el pensamiento divergente como riqueza.
15. La ciencia como herramienta de empoderamiento
Cuando una persona comprende cómo
funciona el mundo, es más difícil engañarla, usarla o someterla. La científica
Angela Duckworth, en libro “grit” (determinación), destaca que el conocimiento
fortalece la perseverancia. La ciencia empodera porque nos da lenguaje para
entender, datos para argumentar, y capacidad para transformar. No se trata solo
de saber, sino de sentirnos capaces de actuar con ese saber. Una sociedad
científica no es una élite técnica: es una ciudadanía consciente.
16. La democracia necesita ciencia, y
viceversa
La democracia solo funciona cuando las
personas están informadas. Si votamos por prejuicios o emociones manipuladas,
no estamos eligiendo: estamos reaccionando. Yuval Noah Harari advierte en “21
lecciones para el siglo XXI” que una democracia sin pensamiento crítico es una
farsa. Si las decisiones colectivas no se basan en la razón, cualquier demagogo
puede incendiar el mundo. La ciencia necesita libertad para desarrollarse, y la
libertad necesita ciencia para sostenerse. Son dos pilares que se fortalecen
mutuamente.
17. La maravilla está en lo real
No necesitamos mitos para sentirnos
maravillados. La vida ya es un milagro. Un solo copo de nieve, una neurona, el
amor, una aurora boreal o una célula madre tienen más misterio que mil
supersticiones. El poeta Rainer Maria Rilke decía: “Lo bello no es más que
el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar.” La ciencia revela
esa belleza: compleja, profunda, a veces inquietante… pero real. La realidad no
necesita adornos para emocionarnos. Basta con aprender a mirarla.
18. La conexión entre ciencia y ética
La ciencia nos dice lo que es, pero no
lo que debe ser. Para eso necesitamos ética. Pero sin ciencia, nuestras
decisiones éticas se basan en intuiciones ciegas. Peter Singer, en su libro “The
Life You Can Save”, muestra cómo los datos sobre pobreza global pueden
ayudarnos a tomar decisiones morales más efectivas. La compasión sin
conocimiento puede ser ingenua. Pero la compasión informada transforma vidas. La
ética y la ciencia no compiten: se necesitan.
19. La compasión como parte del escepticismo
Ser escéptico no es burlarse del que
cree, sino invitarlo al diálogo. Es comprender de dónde vienen las creencias,
qué vacío llenan, qué herida intentan curar. La psicóloga Brené Brown insiste
en su libro “Daring Greatly” que la vulnerabilidad es clave para la conexión.
Si queremos ayudar a otros a cuestionar lo que creen, primero debemos hacerlos
sentir seguros. El escepticismo verdadero no es arrogante, es compasivo. Porque
su fin no es demostrar superioridad, sino construir puentes hacia la verdad
compartida.
20. Legar el pensamiento crítico a
futuras generaciones
Educar a los jóvenes en pensamiento
crítico no es solo enseñarles a defenderse: es preparar una humanidad más
libre, más justa, más lúcida. La activista y educadora Sugata Mitra demostró
que, incluso en condiciones precarias, los niños pueden aprender ciencia si se
les estimula con preguntas y se les da acceso a herramientas. La mente humana
es fértil: solo necesita un suelo digno. Sembrar pensamiento crítico es sembrar
libertad. Es preparar ciudadanos que no repitan el pasado, sino que lo superen.
Es un acto de amor a la humanidad que vendrá.
"El mayor enemigo del conocimiento
no es la ignorancia, sino la ilusión del conocimiento.". Stephen
Hawking. “The
Universe in a Nutshell”. 2001.
mario kogan
27/abr/25
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