"Palabras que funcionan" (Words That Work) Frank Luntz (26/52 2025)
“La
diferencia entre la palabra correcta y la casi correcta es la diferencia entre
un relámpago y una luciérnaga.”
Mark Twain, carta a George Bainton (1888)
Las
palabras ayudan a comprender, inspirar, construir y en ciertas ocasiones causar
daño. En un mundo saturado de datos,
imágenes, discursos e interrupciones, la comunicación humana se ha vuelto más
urgente, compleja y por lo tanto mas importante. Comunicarse no es solo hablar,
escuchar o escribir sino construir puentes entre mentes, despertar emociones,
movilizar voluntades, sanar heridas o imaginar futuros. Es, ante todo, una
forma de crear realidad compartida. La comunicación más trascendente implica escuchar
y hablar de forma clara, constructiva y consciente. Es un acto supremo de
inteligencia emocional, respeto, sabiduría y humanidad. La forma en que usamos
nuestras palabras puede mostrar nuestra forma de valorar a los demás, lo que
sentimos, en que creemos y la realidad que vivimos. Algunos conflictos nacen
por palabras mal utilizadas afectando oportunidades, relaciones, vidas y buenos
momentos. Hasta los instantes más dolorosos y también los más sublimes están impregnados
de eventos de comunicación que llevamos dentro durante toda la vida.
Practicar
una comunicación exitosa es un gran reto. Buscar las palabras adecuadas,
formuladas con honestidad, respetando los tiempos, buscando el momento adecuado,
entendiendo las emociones, prestando atención a las particularidades de la
atención puede ayudarnos a conectar con los demás cambiando percepciones,
decisiones, hábitos y culturas.
En una época plagada de desinformación, mensajes virales vacíos, gritos, odio, manipulación y noticias falsas, recuperar la palabra como vehículo de verdad, respeto y transformación puede ser uno de los mayores actos de liderazgo personal y colectivo. A continuación las veinte enseñanzas clave del libro “Words That Work/Palabras que funcionan” de Frank Luntz (26/52 2025) que se enfoca en analizar al lenguaje no como una herramienta técnica, sino como una forma poderosa de conexión.
1.
Las palabras no son neutrales. Crean realidades
El
lenguaje no es simplemente una herramienta de descripción. Es una fuerza
creadora. Las palabras que usamos no solo reflejan lo que pensamos, sino que
moldean lo que los demás creen, sienten y hacen. Cuando un político habla de
“libertad” o una empresa de “innovación”, está activando significados sociales
y emocionales que tienen consecuencias concretas. George Lakoff en su libro “Don’t
Think of an Elephant” expone cómo los marcos lingüísticos (frames) condicionan
nuestra comprensión del mundo. Por ejemplo, en EE. UU., el marco de
“protección” es usado por quienes se oponen al aborto, mientras que el de
“derechos” por quienes lo defienden. Ambos enmarcan el mismo hecho desde ópticas
diversas. Este principio se aplica a marcas, discursos corporativos, educación
o activismo social. Las palabras son actos de construcción.
2.
Lo que importa no es lo que dices, sino lo que el otro escucha
Puedes
haber elegido las palabras correctas, pero si no resuenan en el mundo interno
del otro, no han servido. Las palabras son recibidas con emociones, e interpretaciones
dentro de un contexto personal. Así, la comunicación efectiva no se basa en la
claridad objetiva, sino en la sensibilidad interpersonal. Marshall Rosenberg en
su libro “Comunicación no violenta” plantea que para lograr un entendimiento
real, debemos hablar desde la empatía y escuchar desde la compasión. Esto se
conecta con la psicología cognitiva. Según describe Daniel Kahneman en su libro
“Thinking Fast and Slow” (19/52 2025), el sistema emocional del oyente procesa e
invalida el mensaje racional si se siente amenazado o bien no se ajusta al
esquema personal de creencias y valores. Por eso, la forma de decir es tan
importante como el contenido.
3. La simplicidad es poder
Un mensaje es tan poderoso como su capacidad para ser recordado. Los mensajes complejos suelen ser ignorados sin embargo los simples se quedan. Esto no significa simplificar el pensamiento, sino depurarlo. La simplicidad es el resultado de la sabiduría, no de la pereza. Cabe mencionar que lograr la excelencia en un mensaje poderoso exige dedicación, claridad y concisión. Los hermanos Heath en el libro “Made to Stick” afirman que las ideas inolvidables comparten seis principios básicos entre los cuáles el primero de esos principios, la simplicidad, que se refiere a tener claro el “núcleo” del mensaje y expresarlo sin rodeos. Esto aplica tanto a la comunicación pública como a la comunicación empresarial.
4.
La empatía lingüística es una forma de liderazgo
Hablar
el lenguaje del otro no es una estrategia manipuladora, sino una muestra de
respeto. Los líderes que conectan con su gente lo hacen porque conocen su forma
de hablar, de sentir y de pensar. La empatía no se limita a escuchar: también
se expresa eligiendo las palabras que el otro necesita. Daniel Goleman en su
libro “Inteligencia emocional” describe cómo la empatía es uno de los pilares
de un liderazgo efectivo. En comunicación política, Barack Obama fue un ejemplo
claro de esto: usó un lenguaje sencillo, cálido y cercano, con referencias
culturales que resonaban en múltiples públicos. La empatía en el lenguaje
también previene errores costosos en las organizaciones, como mensajes internos
que desconectan o frustran a los equipos.
5. Las palabras adecuadamente elegidas activan emociones antes que ideas
Decir
“protección” en lugar de “seguridad” genera una respuesta emocional diferente.
Las palabras están cargadas de asociaciones afectivas que se activan antes de
que el pensamiento racional pueda intervenir. Un mensaje que no emociona no
convence. Antonio Damasio en su libro “El error de Descartes”, demuestra que
las decisiones humanas están profundamente arraigadas en procesos emocionales.
Esto explica por qué los discursos más eficaces apelan a sentimientos como
miedo, esperanza, orgullo o ternura. El lenguaje emocional es especialmente
potente en contextos de cambio, crisis o inspiración. Un ejemplo empresarial es
el eslogan de Apple: “Think Different”. No habla de productos, sino de
identidad y emoción.
6. La repetición no es redundancia sino estrategia
La
repetición adecuada no aburre, sino que fortalece. En un mundo saturado de
estímulos, solo lo que se repite con ritmo y sentido se convierte en recuerdo,
convicción o acción. Las grandes campañas, los slogans inolvidables y los
mensajes institucionales más potentes han sabido repetir sin ser repetitivos. Robert
Cialdini, en su libro “Pre-Suasion”, explica que cuanto más familiar resulta un
mensaje, más veraz se percibe. Este “efecto de mera exposición” ha sido
confirmado por la psicología cognitiva: el cerebro tiende a confundir familiaridad
con veracidad. En publicidad, esto es la base de la persuasión. Martin Luther
King repitió “I have a dream” como un martillo emocional, no por falta de
creatividad, sino por sabiduría retórica.
7. Las historias vencen a los datos
Los
números informan, pero las historias transforman. Una historia bien contada
puede hacer que el dato cobre vida, se vuelva humano, tangible, emocional. En
el mundo de la comunicación eficaz, contar historias no es opcional: es
esencial. El libro “La mente de los justos” de Jonathan Haidt sostiene que
nuestras intuiciones morales se activan primero, y luego buscamos
racionalizarlas. Por eso, una historia impactante, como la de una madre
inmigrante o un emprendedor fracasado que se reinventa, mueve más que cien
gráficos. Nancy Duarte, en “DataStory”, enseña cómo convertir cifras en
narrativas convincentes.
8. Los marcos mentales definen el debate
No
hay discusión neutra. Quien establece el lenguaje, establece los límites del
pensamiento. Llamar “asalto fiscal” a un aumento de impuestos ya establece una
visión ideológica. Llamar “interrupción voluntaria del embarazo” o “asesinato
de inocentes” no es lo mismo. Cada marco lingüístico es una batalla ganada o
perdida en la mente del otro. Pierre Bourdieu en su libro “El sentido práctico”
advierte que el poder simbólico del lenguaje reside en su capacidad de nombrar
y definir. George Lakoff propone que el marco es más poderoso que el hecho: “Si
aceptas el lenguaje del oponente, ya perdiste”. En medios, política y
marketing, el primero que define el marco gana la partida del significado.
9. La credibilidad es más importante que la elocuencia
No
se trata solo de hablar bien, sino de ser creíble. Elocuencia sin autenticidad
es decoración. Un mensaje con errores puede funcionar si quien lo dice
transmite confianza. La confianza es el pegamento invisible de la comunicación.
Stephen Covey en su libro “The Speed of Trust”, demuestra que la credibilidad
reduce el “costo de transacción” en todas las relaciones. La confianza se
construye con coherencia, humildad y claridad. Brené Brown en su libro “Dare to
Lead”, afirma que la vulnerabilidad sincera genera más conexión que la
perfección técnica. En resumen: mejor una verdad imperfecta que una elocuencia
sin alma.
10.
Cada público necesita un lenguaje distinto
No
hay comunicación eficaz sin adaptación. Hablar igual a un adolescente que a un
científico, a una madre soltera o a un directivo, es un error. La sensibilidad
cultural, generacional y emocional es parte del arte de comunicarse. Nancy
Duarte en su libro “Resonate”, argumenta
que un gran comunicador diseña sus mensajes como un arquitecto en base a las
necesidades, valores y expectativas del público. Howard Gardner en su libro “Inteligencias
múltiples” (08/52 2025) sostiene que hay muchas maneras de procesar el
lenguaje: auditiva, visual, emocional, simbólica. Comunicar bien es saber quién
es tu público.
11.
Los verbos superan a los sustantivos
El
lenguaje que impulsa al movimiento tiene más fuerza. Las personas responden más
a lo que pueden hacer que a lo que pueden saber. “Actúa”, “cambia”, “elige”,
“cuida”, “resiste” Son verbos que impulsan a la acción, mientras que los
sustantivos son excelentes en la descripción. Daniel Pink en su libro “Drive”
muestra cómo las personas se sienten más motivadas cuando tienen un sentido de
autonomía y propósito. El lenguaje verbal y activo apela a esa necesidad de
acción. Martin Luther King no dijo “tengo una propuesta de reforma”, dijo
“tengo un sueño”, y lo acompañó de verbos: marchar, luchar, esperar, soñar.
12.
El lenguaje visual es inolvidable
Una
imagen verbal bien construida puede perdurar más que cualquier frase técnica.
Metáforas, analogías, comparaciones y narrativas sensoriales le dan textura al
mensaje y lo vuelven memorable. En el libro “Metaphors We Live By” Lakoff y
Johnson demuestran que nuestro pensamiento está estructurado por metáforas.
Decimos “defendí mi punto”, “luché contra la tristeza”, “avanzamos en el
proyecto”. El lenguaje visual (da forma a la experiencia y facilita la
comprensión. Steve Jobs no decía “desarrollamos un reproductor de música”,
decía: “mil canciones en tu bolsillo”.
13. El lenguaje debe evolucionar con la cultura
Las
palabras que ayer fueron útiles hoy pueden ser insensibles o ineficaces. Los
contextos cambian, las sensibilidades también. Comunicar bien implica revisar
el lenguaje para no quedar atrapado en paradigmas caducos. Judith Butler, en su
libro “Excitable Speech: A Politics of the Performative (1997)”, muestra
cómo el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la construye, reproduce
estructuras de poder o puede también transformarlas. La evolución del lenguaje es
relevante en el lenguaje empresarial, donde términos como “diversidad” o “inclusión”
no deben quedarse en lo decorativo, sino impulsar una transformación real del
modo de comunicar y de actuar.
14. La autenticidad es el nuevo carisma
En
la era de la hipercomunicación y la desconfianza institucional, lo auténtico
resuena más que lo brillante. Las personas conectan con lo humano, lo
imperfecto, lo real. La autenticidad tiene más poder que la retórica. Brené
Brown, en su libro “El poder de ser vulnerable” señala que las personas se
sienten más cerca de quienes muestran su humanidad. En comunicación de marca,
Simon Sinek en el libro “Empieza con el
porqué” sostiene que las personas no compran lo que haces, compran por
qué lo haces. El lenguaje auténtico transmite sentido, no solo información.
15. El silencio también comunica
En
una época donde todo se dice, el que sabe callar a tiempo brilla. Las pausas
bien usadas generan tensión, expectativa, solemnidad o alivio. El silencio no
es vacío sino es mensaje. Susan Cain en su libro “El poder de los introvertidos”,
revaloriza el silencio como una forma poderosa de presencia. En oratoria,
Barack Obama usaba pausas largas para dar peso a sus ideas. En terapia, Carl
Rogers enseñaba a escuchar sin interrumpir, dejando espacio al otro. El
silencio bien manejado convierte una frase en una experiencia.
16. Lo que se dice primero se graba más fuerte
El
primer impacto verbal deja una huella emocional y cognitiva difícil de borrar.
Es lo que en psicología se conoce como efecto de primacía. Por eso, comenzar un
mensaje con una idea poderosa, clara y emocionalmente relevante marca la
diferencia entre ser olvidado y ser recordado. El psicólogo Solomon Asch
demostró en sus experimentos sobre la formación de impresiones que los primeros
adjetivos que usamos para describir a alguien (p.ej. “honesto”) condicionan
cómo se interpretan los siguientes. En ventas, educación o política, lo primero
que se dice configura el “marco emocional” del resto del discurso. Como enseña
Chip Heath en el libro “The Power of Moments”, los comienzos definen el tono,
el interés y la memoria.
17. La consistencia entre lenguaje y acción es lo que construye reputación
Un
gran discurso puede impresionar, pero solo una coherencia sostenida entre lo
que se dice y lo que se hace genera respeto y credibilidad. El lenguaje sin
acción es promesa vacía; la acción sin palabras claras es oportunidad perdida.
La verdadera comunicación es congruente. Patrick Lencioni en su libro “La
Ventaja: Por Qué Salud Organizacional Triunfa Sobre Todo” muestra cómo la
cultura organizacional saludable se basa en la alineación entre valores
expresados y comportamientos reales. En el plano personal, Viktor Frankl, en “El
hombre en busca de sentido” (05/52 2025), deja claro que el testimonio de vida
pesa más que cualquier palabra: “El ejemplo no es una manera de influir, es la
única”. Cuando el lenguaje y la vida coinciden, el mensaje tiene alma.
18. Las palabras son puentes… o muros
Una
sola palabra puede generar cercanía o herida. Las palabras pueden humanizar o
despersonalizar, abrir o excluir. Por eso, una comunicación ética, consciente y
cuidadosa no es debilidad: es inteligencia emocional en acción. Noam Chomsky en
su libro” El conocimiento del lenguaje”, subraya cómo el lenguaje es un
fenómeno moral, no solo gramatical. Las palabras que usamos reflejan nuestra
visión del mundo. En el ámbito social, Amanda Gorman, en su poema “The Hill We
Climb”, recitado en la toma de posesión de Joe Biden, destacaba la importancia
de construir puentes y superar las adversidades para avanzar hacia un futuro
mejor reconociendo las cicatrices y desafíos, pero también el potencial de
reconciliación y crecimiento de los Estados Unidos de América.
19. El lenguaje puede amplificar o sabotear una idea brillante
No
basta con tener un buen producto, una gran propuesta o una solución innovadora.
Lo que no se comunica de forma potente puede pasar desapercibido. De igual
forma, una mala idea envuelta en palabras seductoras puede triunfar brevemente,
aunque deje daños. Seth Godin en su libro “All Marketers Are Liars”, explica
cómo las historias bien contadas incluso si son inexactas pueden desplazar
ideas mejores si estas no se presentan con claridad, emoción y convicción.
Steve Jobs no inventó la computadora personal, pero su forma de comunicarla la
volvió deseable. Por el contrario, muchas investigaciones científicas quedan
enterradas porque sus autores no saben “venderlas” verbalmente. El lenguaje es
el amplificador de la inteligencia.
20. Detrás de cada palabra efectiva hay una profunda comprensión del ser humano
Las
palabras no son fórmulas mágicas, sino puertas que se abren solo si conocemos a
quién está del otro lado. Un lenguaje que transforma nace del estudio de las
emociones, los miedos, los deseos y las aspiraciones humanas. Comunicar bien
es, antes que nada, un acto de comprensión profunda. Carl Jung hablaba del
inconsciente colectivo como una reserva simbólica compartida. Los grandes
comunicadores no manipulan: conectan con símbolos, arquetipos y emociones
comunes. Yuval Noah Harari en su libro “Sapiens” afirma que el lenguaje fue la
herramienta más poderosa del ser humano para construir cooperación y sentido
compartido.
Comunicar
bien es una forma elevada de generosidad ya que exige salir de uno mismo para
habitar el lenguaje del otro. Exige humanidad, silencio interior antes de
emitir palabras hacia afuera. Uno puede preguntarse ¿para qué estoy diciendo
esto?, ¿a quién sirve mi mensaje?, ¿es este el momento? Nada de esto es nuevo.
Aristóteles, hace más de dos mil años, había planteado con claridad que la
comunicación ética no nace del impulso, sino de la virtud. En” Ética a Nicómaco”,
Aristóteles nos enseñó que la sabiduría práctica (phronēsis) implica actuar y
hablar con discernimiento, oportunidad y propósito. Las palabras son una
poderosa herramienta de liderazgo, humanidad, salud, construcción de talento, transformación
de organizaciones, cohesión social y bienestar. En un tiempo donde la
saturación informativa nos aturde, quienes practican el hábito de una buena comunicación
con valores claros, conciencia, empatía y precisión pueden inspirar, construir lazos
humanos más solidos y movilizar ideas para evolucionar
“Ser escuchado se parece
tanto a ser amado, que para la mayoría de las personas es casi indistinguible”.
David Augsburger
Caring Enough to Hear and Be
Heard (1982)
Cada
palabra en cada minuto cuenta. Suerte. Buen viaje
Mario Kogan
22/Jun/2025
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