Crueldad (30/52 2025)
“No hay nada más peligroso
que una persona obediente en una estructura enferma.” Philip Zimbardo, “The
Lucifer Effect”.
La crueldad, según el Diccionario de la Lengua Española (RAE), se refiere a la inhumanidad, fiereza de ánimo e impiedad. Palabras como brutalidad, sadismo, salvajismo, insensibilidad o barbaridad son sinónimos comúnmente utilizados para describir situaciones crueles. Es el uso deliberado del poder para infligir sufrimiento, humillación, miedo o daño a otros. Puede adoptar formas físicas (castigos o maltratos), emocionales (humillar, asilar o despreciar) o simbólicas (excluir, ridiculizar o silenciar). No siempre se manifiesta de forma estruendosa sino que muchas veces susurra y puede manifestarse como indiferencia ante el dolor ajeno, desprecio sistemático o manipulación disfrazada de normalidad. Su fuerza radica en que a menudo se presenta como rutina, eficiencia o incluso justicia. Pero su verdadero impacto no reside solo en una definición, sino en las huellas imborrables y daño irreparable que deja en personas, familias, vínculos, salud mental o física, organizaciones, sociedades e incluso países.
La crueldad no es solo un
dilema ético sino una gran amenaza. Permitirla, encubrirla o minimizarla es
aceptar riesgos vitales que asfixian la creatividad, erosionan la confianza y
empujan a personas valiosas al silencio, la fuga o el colapso. Hablar de organizaciones
sanas tanto privadas como públicas no es una utopía sino un deber para este
siglo XXI que lleva hasta ahora un recorrido del 25 %.
Las organizaciones sanas tienden a generar personas sanas y en contraposición, los entornos tóxicos son asociados al sufrimiento, alienación, miedo y efectos secundarios no deseados. Construir un futuro mejor y sostenible es posible mejorando la calidad del liderazgo, los valores y las situaciones por las que atraviesan las personas. Con el fin de profundizar sobre los efectos de la crueldad desde distintos puntos de vista se describen a continuación veinte enseñanzas clave de la crueldad (30/52 2025) basadas en cinco fuentes distintas:
I. Ricardo III – William Shakespeare
“Ricardo
III” de William Shakespeare es una obra literaria atemporal y paradigmática
sobre la crueldad ya que se centra en estrategias de poder, ambición desmedida
y corrupción moral. Con el fin de alcanzar y mantener el poder, Ricardo III es presentado
como un villano cruel que transita fríamente asesinatos y manipulaciones
psicológicas jactándose de la violencia
1.
El poder sin escrúpulos convierte el talento en amenaza sistémica
Ricardo
III, con su inteligencia estratégica y su dominio del lenguaje, es un líder
brillante que ve la astucia como virtud y la compasión como debilidad,
demostrando que, cuando el poder está divorciado de la ética, incluso las
habilidades más admirables pueden volverse profundamente destructivas. En el
mundo profesional aparecen figuras carismáticas y visionarias, pero sin
principios sólidos que terminan generando crisis profundas en organizaciones
aparentemente innovadoras. Cuando se promueve el talento sin principios éticos,
éste deja de ser una fuerza creativa para convertirse en una amenaza sistémica.
Según describe la filósofa Martha Nussbaum en su libro “Not for Profit: Why
Democracy Needs the Humanities”, sin educación moral, la inteligencia puede ser
empleada para fines monstruosos en lugar de transformarlos positivamente.
2.
La simulación constante lleva a la pérdida total de identidad
Ricardo
III domina el arte del engaño fingiendo lealtad, compasión y amor con un
virtuosismo aterrador. Su capacidad de adaptación y manipulación no nace del
deseo de pertenecer, sino de la obsesión por dominar. Sin embargo, detrás de
cada mentira y cada máscara que adopta, su propio ser se desvanece. Al final,
cuando alcanza el poder absoluto, no queda nadie dentro del personaje sino solo
un vacío moral y emocional. En el mundo profesional contemporáneo, la figura
del impostor organizacional descrita por Manfred de Vries en su artículo “The
Leadership Mystique” advierte que algunos ejecutivos en su esfuerzo por escalar
posiciones construyen versiones idealizadas de sí mismos representando un rol
que exige éxito, seguridad, dureza o visión estratégica, aunque internamente
estén rotos, inseguros o exhaustos. Cuando la autenticidad se suprime
sistemáticamente para adaptarse a un entorno hostil o competitivo, se produce
un fenómeno de disociación psíquica, que puede derivar en ansiedad crónica,
pérdida de sentido vital y, en casos extremos, colapsos emocionales o conductas
autodestructivas. Como señala el filósofo danés Søren Kierkegaard, “la
desesperación más profunda es ser otro que uno mismo”. En entornos
profesionales donde lo humano se oculta tras máscaras de eficiencia, éxito o
frialdad, la crueldad no siempre viene de otros sino que puede surgir del acto
de traicionarse a uno mismo día tras día.
3. La cortesía puede ser cómplice de la crueldad cuando se pierde el límite ético
Ricardo III asesina con palabras refinadas, utilizando la retórica como máscara de su violencia. Su crueldad no es ruidosa sino que es fría, sutil y revestida de deferencia. En sus gestos amables se oculta una estrategia de destrucción. Esta dinámica no pertenece solo a la literatura ya que en muchas organizaciones la agresión se disfraza de diplomacia. Se actúa con sonrisa, pero se excluye con silencio; se felicita y acata en público, pero se sabotea y destruye en privado. Jean Lipman-Blumen en su libro "The Allure of Toxic Leaders: Why We Follow Destructive Bosses and Corrupt Politicians and How We Can Survive Them" profundiza en la crueldad pasivo-agresiva que es el estilo que mezcla cortesía con manipulación emocional. Este libro pretende alertar sobre cómo líderes dañinos mantienen el poder gracias a su aparente civilidad, mientras erosionan la dignidad de los demás. No gritan ni golpean mesas; ejecutan su violencia desde un accionar diario vacío de ética. En el libro “Political Emotions: Why Love Matters for Justice" Martha Nussbaum describe que cuando los sistemas premian la forma y olvidan la sustancia ética, la crueldad puede volverse invisible, pero no por ello menos destructiva. Reconocer estas formas sofisticadas de crueldad exige coraje moral y alfabetización emocional. La verdadera profesionalidad no se mide por el tono del discurso, sino por la intención, la aportación de valor y el respeto real hacia los demás. Y cuando la elegancia verbal se convierte en arma, lo que sigue es silencio, miedo y talento destruido.
4. La impunidad perpetúa el daño hasta que todo colapsa
Ricardo III reina hasta que ya no queda nadie a quien controlar por miedo. Su caída ocurre no por justicia, sino por acumulación de abusos silenciados. Cada traición tolerada, cada asesinato sin consecuencias, fortalece su impunidad hasta que ya no hay estructura que sostenga su poder. En el ámbito organizacional, los abusos de poder ya sean gritos, humillaciones, favoritismos, exclusiones sistemáticas o decisiones destructivas no cesan por sí solos. Se multiplican mientras la cultura lo permita. El silencio normaliza la crueldad, y con cada episodio no sancionado, se pierde una porción de humanidad y de confianza colectiva. Por lo general las conductas indebidas no son denunciadas por miedo a represalias o falta de confianza en el sistema. En libro "Organizational Culture and Leadership", Edgar Schein describe que la omisión ante un acto destructivo es cómplice cuando se vuelve estructural haciendo que el colapso sea casi inevitable. Transformar una cultura organizacional es uno de los desafíos más complejos y urgentes del liderazgo de calidad. No basta con comprender los niveles visibles de comportamiento sino que también requiere adentrarse en las capas profundas de creencias, valores y suposiciones no cuestionadas. El verdadero líder actúa como un catalizador de cambio, capaz de introducir nuevas ideas, cuestionar certezas heredadas y generar experiencias que legitimen una forma distinta de pensar y convivir. Este proceso implica atravesar el difícil camino del desaprendizaje para abrir espacios innovadores de funcionamiento
II. Eichmann en Jerusalén – Hannah Arendt
Hannah
Arendt asistió al juicio del jerarca nazi Adolf Eichmann en Jerusalén en 1961 y
en base a esta experiencia escribió el libro “Eichmann en Jerusalén: Un estudio
sobre la banalidad del mal”. En esta obra Hannah Arendt nos obliga a pensar
cómo la normalidad, la burocracia, la obediencia o el cumplimiento de objetivos
pueden convertirse en vehículos silenciosos de un profundo sufrimiento humano. Es
una obra fundamental para comprender las formas más insidiosas de crueldad que
son aquellas que no nacen del odio apasionado ni de la perversión evidente sino
de la obediencia ciega, la indiferencia moral y la mediocridad funcional. La
crueldad no necesita fanatismo ni malicia explícita para operar; basta con la
ausencia de juicio crítico, la sumisión a normas deshumanizantes y la
desconexión entre acciones y consecuencias. En contextos organizacionales y
profesionales, esto se traduce en prácticas técnicamente justificadas que
causan daño real llevadas a cabo por personas que solo siguen instrucciones.
5.
La crueldad burocrática prospera cuando se elimina la responsabilidad
individual
En “Eichmann
en Jerusalén” Hannah Arendt sostiene que la mayor parte del mal en el mundo lo
hacen personas que nunca decidieron ser malas o buenas. Nos muestra que la
crueldad más devastadora puede perpetrarse sin odio ni perversión, simplemente
por obediencia. Eichmann no parecía un fanático, no tomaba decisiones por
maldad sino por incapacidad de pensar
moralmente. Su comportamiento ilustraba una forma particular de mal; la que
surge cuando se suspende el juicio personal en nombre de normas, jerarquías o
sistemas. En muchas instituciones
modernas, las estructuras organizativas diluyen la responsabilidad hasta
volverla invisible. Las decisiones se fragmentan, se encubren bajo
procedimientos Así, la crueldad puede prosperar sin que nadie se sienta
directamente culpable. Zygmunt Bauman en su libro “Modernidad y Holocausto”
sostiene que las estructuras modernas tienden a facilitar la violencia
organizada precisamente porque dividen funciones, diluyen intenciones y
suprimen la conciencia moral del individuo.
6.
El lenguaje técnico puede anestesiar la conciencia ética
El lenguaje técnico y administrativo tiene el poder de anestesiar nuestra
conciencia ética, distanciándonos de las consecuencias humanas de nuestras
acciones. Este fenómeno se hizo trágicamente evidente en figuras como Adolf
Eichmann, quien era capaz de describir la logística del Holocausto en términos
puramente burocráticos y despersonalizados, sin una aparente conexión emocional
con el sufrimiento que causaba. De manera similar, en el mundo empresarial
moderno, decisiones de gran impacto humano se ocultan a menudo detrás de
eufemismos corporativos. Términos como "reorganización",
"sinergia", "downsizing" o "optimización de
recursos" pueden disfrazar realidades dolorosas diluyendo la
responsabilidad moral de quienes las implementan. George Orwell en su ensayo
"Politics and the English Language" describe cómo el mal uso y la
degeneración del lenguaje en el discurso político y público sirven para
oscurecer la verdad, manipular el pensamiento y justificar acciones
indefendibles. Argumenta que el lenguaje moderno, particularmente el de la
política, se ha vuelto vago, repetitivo y lleno de eufemismos, lo que impide el
pensamiento claro y crítico, y facilita la opresión
7.
La mediocridad moral es más peligrosa que la maldad evidente
Eichmann no era un monstruo sino un hombre gris, predecible y superficial. la
crueldad puede provenir no del fanatismo, sino de la mediocridad moral, de la
incapacidad o negativa a reflexionar sobre el bien y el mal. Eichmann no
pensaba sino que se limitaba a ejecutar. No odiaba, solo cumplía órdenes. Su
peligro no residía en una ideología violenta, sino en su absoluta falta de
pensamiento ético. Este tipo de figura sigue presente hoy en las organizaciones
modernas a través de individuos
funcionales, obedientes, aparentemente inofensivos, pero dispuestos a perpetuar
injusticias si el sistema se los permite o se los exige. Paul Babiak en su
libro Snakes in Suits (03/52 2025), describe a estas personas como “psicópatas
funcionales”: individuos sin empatía, que pueden ascender en estructuras
jerárquicas gracias a su capacidad de adaptación emocional superficial, su
encanto manipulador y su absoluta indiferencia moral. A menudo no destacan por
su brillantez, sino por su oportunismo, por su capacidad de mimetizarse con la
cultura dominante y de delegar siempre en otros la responsabilidad del daño que
ayudan a ejecutar. El problema no es solo que existan personas así, sino que
las culturas organizacionales centradas únicamente en la eficiencia o el
cumplimiento de objetivos pueden terminar premiándolas.
8.
La ausencia de pensamiento reflexivo transforma el mal en rutina diaria
Para Hannah Arendt, el mal no siempre se presenta con violencia espectacular o
ideologías extremas sino que se instala a través de la ausencia de pensamiento
critico. Su concepto de la banalidad del mal no describe a un fanático, sino a
alguien incapaz o renuente a reflexionar críticamente sobre el sentido de sus
actos. Eichmann no pensaba sino que solo repetía órdenes, ejecutaba tareas,
obedecía sin cuestionar. En el mundo laboral contemporáneo, este tipo de mal se
reproduce de formas más sutiles. Cuando las tareas se automatizan mental o
técnicamente, cuando se prioriza la eficiencia sin espacio para el juicio
ético, se corre el riesgo de convertir la injusticia en rutina. La lógica de
hacer lo que funciona sustituye al deber de preguntarse si es justo. En
cualquier organización, cuando se abandona la reflexión crítica, el mal deja de
ser una excepción y se vuelve parte del procedimiento.
III. Obediencia a la autoridad –
Stanley Milgram
La
obra “Obediencia a la autoridad” se centra en los resultados de los experimentos
que Stanley Milgram realizó con participantes voluntarios que podían llegar a infligir
dolor extremo a otro ser humano simplemente porque una figura de autoridad se
lo solicitaba. No eran personas sádicas ni violentas sino ciudadanos comunes
que, ante la presión institucional, suspendieron su juicio ético. Es una
evidencia experimental contundente de cómo personas comunes pueden convertirse
en agentes del sufrimiento cuando se someten a figuras de poder, incluso si
ello entra en conflicto con su conciencia moral demostrando que la crueldad no
requiere maldad personal preexistente. En algunos ensayos, más del 65% de los
participantes administraron lo que creían eran descargas eléctricas
potencialmente letales.
9.
La autoridad percibida puede silenciar la conciencia moral
Stanley
Milgram demostró en su célebre experimento que la simple presencia de una
figura con autoridad (un hombre con bata blanca) era suficiente para que
personas comunes infligieran daño extremo a otros, aun cuando su conciencia les
indicaba que debían detenerse. Esta conclusión desafía nuestra noción de
autonomía moral ya que muchas personas no actúan según lo que consideran
correcto sino según lo que una autoridad les ordena. Este mecanismo sigue
operando en contextos profesionales. Un ejemplo trágico es el desastre del
transbordador Challenger en 1986, donde siete astronautas murieron tras el
estallido del vehículo. No fue un error técnico aislado sino que fue un fracaso
moral y organizacional, donde la obediencia al poder superó a la verdad técnica
y al deber ético. La psicóloga Amy Edmondson, en “Psychological Safety and
Learning Behavior in Work Teams”, Administrative Science Quarterly, Vol. 44,
No. 2 sostiene que cuando las jerarquías impiden expresar dudas o
cuestionamientos, aumentan drásticamente los riesgos de errores graves,
encubrimientos y daños colaterales. En toda organización ética, el pensamiento
crítico no debe ser un acto de rebeldía, sino un deber profesional y humano.
Respetar a la autoridad no debe significar nunca abdicar del juicio propio.
10.
La responsabilidad fragmentada borra el rastro del daño
Cuando las tareas se dividen en fragmentos pequeños, la percepción del daño
total se diluye, y cada individuo puede convencerse de que “solo cumple
órdenes” o “hace su parte”. Este fenómeno, aparentemente inofensivo, permite
que actos de crueldad o injusticia se ejecuten sin resistencia moral. La
fragmentación de la responsabilidad es una de las grandes herramientas
invisibles de la crueldad moderna. El sociólogo Zygmunt Bauman, en su obra
“Modernidad y Holocausto”, analizó cómo la racionalidad burocrática moderna fue
capaz de organizar un genocidio sin necesidad de odio visceral. Bastaba con
dividir el trabajo, normalizar procedimientos y eliminar la reflexión ética.
Según Bauman, cuando la moral queda subordinada a la lógica funcional del
sistema, el daño se vuelve impersonal y, por tanto, más fácil de ejecutar. Como
advierte el filósofo Avishai Margalit en su libro “La sociedad decente”, una
organización ética no se mide solo por sus reglas, sino por su capacidad de
prevenir riesgos y humillaciones invisibles o fragmentadas. Todo daño colectivo
comienza en la omisión individual.
11.
La cercanía emocional con la víctima reduce la obediencia a lo cruel
Uno
de los hallazgos del experimento de Stanley Milgram fue que los participantes
eran menos propensos a obedecer órdenes crueles cuando podían ver o escuchar
directamente a la víctima. La cercanía física y emocional activaba la empatía,
desafiaba la obediencia y rompía la ilusión de que el daño era abstracto o
menor. En entornos profesionales e incluso en servicios a clientes como call
centers, bancos u organismos públicos la despersonalización esta instalada de
manera tecnológica y silenciosa. El teletrabajo impersonal, los sistemas de
vigilancia algorítmica y las decisiones automáticas reducen frecuentes las
personas a datos, números o avatares, eliminando la dimensión humana de las
consecuencias. El libro “Saving the Modern Soul” de la socióloga Eva Illouz
advierte que la racionalización emocional moderna ha convertido los vínculos
humanos en transacciones funcionales lo cuál erosiona la capacidad de sentir la
angustia del otro. Esta desconexión, facilitada por sistemas de gestión
deshumanizantes, aumenta el riesgo de obedecer decisiones dañinas sin sentir
culpa, porque no se percibe el sufrimiento real de nadie. En organizaciones que
aíslan a los empleados entre pantallas, métricas impersonales o jerarquías
opacas, la crueldad puede florecer simplemente porque nadie ve, escucha o
nombra a las víctimas. El primer antídoto, entonces, es restaurar el contacto
humano con cuestiones simples y probadas como mirar, escuchar, preguntar, pensar,
sentir y ser parte de la construcción de entornos personales y profesionales mejores.
12.
La autoridad puede instalarse en la conciencia y operar sin vigilancia
Otro
de los hallazgos del experimento de Milgram fue que muchos participantes
siguieron aplicando descargas incluso cuando sabían que podían detenerse. La
figura de autoridad ya no estaba presente físicamente sino que estaba dentro de ellos. Esa obediencia
automatizada revela cómo ciertas normas o mandatos pueden incrustarse tan
profundamente que seguimos cumpliéndolos incluso cuando ya no hay presión
externa. En el libro “Vigilar y castigar” Michel Foucault describe el
"panoptismo" como un modelo de control donde el poder es más eficaz
cuando se vuelve invisible, cuando logramos que el individuo se vigile a sí
mismo. La arquitectura del panóptico no requiere la presencia constante del
vigilante sino que basta con que el sujeto crea que podría estar siendo
observado. En el mundo laboral actual, esto se manifiesta en personas que, sin
que nadie se los pida, se exigen a sí mismas rendimientos extremos, compiten de
forma desleal con sus colegas o reprimen sus emociones para encajar. No lo
hacen por una orden directa, sino porque han internalizado reglas y
expectativas que operan como una vigilancia constante desde dentro. Así, en
nombre de la eficiencia, del deber o del "así se hacen las cosas
aquí", pueden convertirse en ejecutores ciegos de normas que ni siquiera cuestionan.
Detectar cuándo estamos obedeciendo sin pensar, incluso en ausencia de
autoridad explícita, es un paso esencial hacia la libertad interior. Porque la
crueldad institucional más devastadora no es la que nos impone otro sino la que
repetimos sin que nadie nos lo pida.
IV.
El origen de la violencia – René Girard
El
libro “El origen de la violencia” de René Girard ofrece una explicación
antropológica profunda y reveladora sobre las raíces estructurales y culturales
de la violencia. Describe cómo surge y
se justifica la crueldad en sociedades humanas, incluso sin que los actores se
perciban como crueles. Su idea sobre la crueldad se centra en que los seres
humanos no desean la violencia de forma autónoma, sino a través del deseo de
los otros, lo que genera rivalidad, envidia, conflicto y, finalmente,
violencia. Cuando esa tensión colectiva crece, las sociedades canalizan la
violencia hacia un chivo expiatorio que es una víctima inocente pero
sacrificable. Este mecanismo es el origen ritual y estructural de la crueldad
organizada, que se esconde bajo discursos de justicia, moral o seguridad. La
crueldad no aparece como un acto patológico individual, sino como una
construcción social profundamente arraigada. Para el mundo profesional esta
lectura es clave por los rituales de exclusión, las culturas de
culpabilización, el acoso psicológico y la humillación estructural que pueden
operar como formas modernas del sacrificio colectivo, normalizadas bajo
máscaras de eficiencia o liderazgo. El origen de la violencia es fundamental en
este artículo ya que nos obliga a mirar más allá de los actos individuales y
observar cómo estructuras culturales, mitos sociales y deseos compartidos
pueden generar crueldad sin que nadie se crea culpable.
13.
El deseo imitativo transforma al otro en enemigo en lugar de aliado
En el
libro “El origen de la violencia” René Girard demostró que no deseamos cosas
por su valor intrínseco, sino porque las vemos deseadas por otros. Este deseo
imitativo, que parece natural e inocente, puede convertirse en el origen de
rivalidades profundas. En lugar de colaborar, competimos por lo que el otro
anhela que puede ser reconocimiento, estatus o éxito y de este modo el
compañero se vuelve un competidor y el colega un adversario. En entornos
laborales marcados por la comparación constante, esta dinámica puede ser
devastadora. Lo que podría ser una red de cooperación se transforma en una
lucha silenciosa por destacarse. Richard Sennett en su libro “La cultura del
nuevo capitalismo”, advierte que esta competencia permanente no solo desgasta a
las personas, sino que desintegra los vínculos ya que nadie puede confiar
plenamente en quien podría ser su próximo reemplazo. En el libro "Give and
Take: A Revolutionary Approach to Success" Adam Grant sostiene que las culturas más
exitosas no son las de competencia feroz, sino aquellas donde se fomenta la
generosidad y el apoyo mutuo. Argumenta que las personas que priorizan ayudar a
los demás, a quienes llama "givers" (dadores), son, a largo plazo,
las más exitosas. El talento florece no cuando luchamos contra los demás, sino
cuando los reconocemos como parte esencial de nuestro desarrollo.
14.
El chivo expiatorio ofrece alivio emocional, pero no soluciona el problema real
Cuando
se acumulan tensiones internas dentro de una organización por conflictos no
resueltos, metas incumplidas o cambios mal gestionados suele activarse un
mecanismo ancestral buscando un culpable convirtiéndolo responsable de todo lo
que falla y expulsarlo. Así, el grupo se libera de una supuesta ansiedad,
aunque nada cambie realmente. Este fenómeno es un sacrificio simbólico que puede
restaurar una paz momentánea aunque falsa. René ten Bos en su libro "The
Sweetness of Work: An Argument for Idleness, Sloth, and Inefficiency in the
Workplace" desafía las nociones modernas dominantes sobre la
productividad, la eficiencia y el valor inherente del trabajo. Argumenta que la
búsqueda incesante de la optimización y la pasión en el trabajo nos ha llevado
a un camino pernicioso, y propone una revalorización de cualidades humanas mas
básicas hacia una vida laboral más auténtica y humana
15.
El resentimiento silencioso en estructuras jerárquicas puede transformarse en
violencia invisible
Cuando
las jerarquías impiden el ascenso, la participación o el reconocimiento, el
deseo imitativo se frustra. Esa frustración no desaparece sino que se acumula.
En las organizaciones, esto no siempre se manifiesta como estallidos abiertos,
sino como formas sutiles y persistentes de violencia latente a través de
sabotajes internos, indiferencia estratégica, renuncias en cadena o colapso
emocional de los equipos. La falta de respeto, el favoritismo, la comunicación
opaca o la injusticia percibida generan un resentimiento que, si no se
canaliza, termina haciendo implosión en el clima laboral. El resentimiento
ignorado no desaparece, solo se esconde hasta que estalla. El estudio "Toxic
Culture Is Driving the Great Resignation" en MIT Sloan Management Review (Ene/22)
identificó que el factor "cultura tóxica" fue 10 veces más influyente
que la compensación en términos de predecir las bajas no deseadas.
16.
La paz duradera solo es posible si transformamos nuestro modelo de deseo y
éxito
La
violencia no siempre nace del odio sino que muchas veces nace del deseo mal
orientado. Cuando deseamos lo que otros desean, nos volvemos rivales. Esta
lógica nos lleva a competir por estatus, prestigio, reconocimiento o poder,
como si fueran recursos escasos que debemos arrebatar. Una paz verdadera no se
logra reprimiendo el conflicto, sino transformando la raíz del deseo. En lugar
de aspirar a superar a otros, podemos desear contribuir juntos. En vez de medir
el éxito por escalones jerárquicos, podemos redefinirlo como la capacidad de
generar bienestar compartido, aportación de valor, construcción a largo plazo, sentido,
y justicia. El libro "Comunicación No Violenta: Un lenguaje de
vida" Marshall Rosenberg propone un
modelo de relación basado en la empatía; escuchar más allá de las palabras,
conectar con las necesidades humanas comunes y dejar de usar el lenguaje como
arma. La propuesta es más que una técnica de diálogo; es una invitación a
reeducar el deseo. A dejar de ver al otro como obstáculo y empezar a verlo como
un reflejo de nuestras mismas aspiraciones humanas. La transformación del deseo
no es un acto individual aislado sino que es un proceso colectivo que redefine
lo que valoramos como sociedad. La verdadera madurez no es alcanzar la cima,
sino aprender a construir montañas donde otros también puedan subir.
V.
Desde aquella oscuridad – Gitta Sereny
El
libro “Desde aquella oscuridad” (Into That Darkness) de Gitta Sereny representa uno de los esfuerzos más honestos,
humanos y perturbadores por comprender cómo una persona aparentemente normal
puede participar activamente en actos monstruosos sin percibirse a sí misma
como cruel o malvada. Se basa en una serie de entrevistas exhaustivas
realizadas a Franz Stangl, comandante del campo de exterminio de Treblinka,
durante los últimos meses de su vida. A lo largo del libro, Sereny no busca
acusar ni absolver: busca comprender. Y en ese esfuerzo emerge un retrato
desgarrador y profundamente humano de cómo la crueldad extrema no siempre nace
del sadismo, sino de la negación, la racionalización y la desconexión moral. Stangl
no se presenta como un monstruo, sino como un hombre que siguió órdenes, que
hacía su trabajo evitando pensar en lo que realmente significaban sus acciones,
retratando con precisión la banalidad y normalización del mal desde adentro,
con voz serena, sin estridencias, pero profundamente inquietante. No son los
actos, por horribles que sean, los que nos destruyen como seres humanos, sino
el abandono de toda conciencia sobre ellos. En el ámbito organizacional y
profesional, este libro resulta interesante porque nos obliga a pensar cómo
personas aparentemente decentes, humanas y honestas pueden participar, sin
darse cuenta, en estructuras profundamente tóxicas siendo parte de decisiones
que dañan a otros, prácticas que humillan, políticas que excluyen, todo en
nombre del deber, del orden o de los objetivos. La crueldad más peligrosa es la
que se hace en silencio, por personas convencidas de no tener otra opción. Solo
la reflexión moral puede romper esa inercia.
17.
La Peligrosa Pendiente de las Pequeñas Concesiones Morales
El
camino hacia el daño sistémico a menudo no comienza con actos de maldad
flagrante, sino con pequeñas y aparentemente insignificantes concesiones
morales. Josef Stangl, el comandante del campo de exterminio de Treblinka no
inició su carrera como un asesino brutal. Comenzó como un funcionario que, paso
a paso, fue cediendo a las exigencias de un sistema inmoral, normalizando
acciones cada vez más atroces. Este patrón de deslizamiento ético progresivo es
un fenómeno bien documentado. En el ámbito laboral y organizacional, la
tolerancia o la normalización de pequeñas injusticias, sesgos o prácticas
dudosas crea una cultura permisiva al abuso. Lo que empieza con un pequeño
favor, una excepción insignificante o una práctica que está en el límite de lo ético
puede evolucionar rápidamente hacia un entorno donde el abuso, la corrupción o
la negligencia se vuelven habituales. En el libro “Moral Disengagement: How
People Do Harm and Live with Themselves” Albert Bandura describe los mecanismos
psicológicos que las personas utilizan para desactivar o justificar sus propios
estándares morales cuando realizan acciones que considerarían inaceptables o
dañinas. En esencia, permite a los individuos comportarse de manera inhumana o
poco ética sin experimentar culpa o remordimiento, o al menos reduciendo
significativamente ese malestar. Comprender esta pendiente resbaladiza es
crucial ya que las pequeñas transigencias de hoy pueden sentar las bases para
graves violaciones éticas mañana, erosionando la integridad de un individuo o
de una organización pieza a pieza.
18.
Escuchar sin justificar es el primer paso para comprender el mal y prevenir su
repetición
Cuando
Gitta Sereny entrevistó a Franz Stangl lo escuchó en silencio sin
interrupciones ni emitiendo juicios de valor para entender cómo un ser humano
puede llegar a encarnar lo imperdonable. Comprender el mal puede ser útil para que
no vuelva a ocurrir. En el mundo profesional, esta actitud se traduce en la
práctica de investigar fallos humanos sin recurrir a la culpabilización ciega. En
este sentido una herramienta interesante para distinguir entre errores
honestos, negligencia y conducta deliberadamente dañina se encuentra en el
concepto "Just Culture" desarrollado por Sidney Dekker que se enfoca
en el manejo de los errores humanos y los fallos dentro de una organización. A
diferencia de las culturas de culpabilidad, la Cultura Justa busca un
equilibrio entre la rendición de cuentas individual y la comprensión de las
fallas sistémicas. En lugar de castigar automáticamente al individuo, busca
entender el sistema que permitió que el error ocurriera. En el libro "Human
Error" James Reason profundiza en
la comprensión de cómo ocurren los errores y los accidentes en sistemas
complejos. Su trabajo se centra en la idea de que los errores humanos rara vez
son incidentes aislados causados por la negligencia de un individuo, sino que
son el resultado de la interacción entre factores humanos y fallas sistémicas. En
un mundo que tiende a cancelar o castigar rápidamente, cultivar una escucha
profunda sin excusas, pero también sin simplificaciones se vuelve un acto de
valentía moral. Porque entender no significa justificar, pero juzgar sin
entender suele ser la antesala de la repetición.
19.
La negación persistente del daño genera una disociación emocional que facilita
el mal estructural
Franz
Stangl insistía en que no sabía lo que ocurría y que cumplía una función. Esa
negación no era ignorancia real, sino una forma de disociación moral basado en
la capacidad de actuar sin conectar con las consecuencias humanas de las
propias decisiones. Es un mecanismo que permite que el mal se perpetúe, porque
lo desliga del sufrimiento que produce. Hoy, esta misma lógica se replica en
muchas organizaciones que externalizan el daño sin tenerlo en cuenta. Empresas
que contaminan ríos, generan daños en la salud de los trabajadores o fabrican
productos nocivos alegan, como Stangl, que desconocen el impacto más allá de su
entorno de operación. Lo más grave es que esta negación termina por anestesiar
el juicio moral. Equipos enteros normalizan el daño y las consecuencias humanas
se vuelven invisibles detrás de métricas compartidas. Reconectar con el daño
que causamos no es solo un acto ético sino que es un acto de sanación
colectiva. Porque solo quien ve el sufrimiento que produce puede tener el
coraje de detenerlo.
20.
La deshumanización no siempre surge del odio, sino de una indiferencia
sistemática y funcional
Franz
Stangl confesó que no odiaba a las víctimas de Treblinka. Simplemente dejó de
verlas como personas. Esa confesión hiela la sangre porque revela la capacidad
de desconectar emocionalmente de otro ser humano mientras se lo destruye, sin
ira, sin pasión, solo por hábito o eficiencia. Esa misma deshumanización se
replica hoy en ciertos entornos laborales, donde las personas no son tratadas
como individuos con emociones, sueños o límites, sino como métricas o recursos perecederos.
Cuando la lógica del sistema recompensa únicamente la productividad y penaliza
la vulnerabilidad, el resultado es una cultura donde el sufrimiento humano se
vuelve invisible. Valorar el talento y las aportaciones individuales son una
forma muy útil e inmediata de humanización de los entornos personales y
profesionales. Re humanizar el trabajo implica devolver el rostro a quienes se
han vuelto métricas. Emmanuel Levinas en su obra “Totalidad e Infinito: Ensayo
sobre la exterioridad” argumenta que el encuentro con el rostro del Otro no es
un acto de conocimiento o de percepción de un objeto, sino una experiencia
ética fundamental. El rostro del Otro se presenta como una vulnerabilidad
desnuda que me interpela, me llama a la responsabilidad y me impone un
mandamiento: "No matarás". Esta interpelación es anterior a cualquier
elección o reflexión consciente, y es el origen de la moralidad.
"En medio del invierno, descubrí que había dentro de mí un verano invencible." Albert Camus. Regreso a Tipasa. L'Été (1954)
Cada minuto cuenta. Suerte. Buen viaje
Mario Kogan
20 jul 2025
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