“Lo que vendrá” (44/52 2025)
"El
futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los
temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad."
Víctor
Hugo. “Actos y Palabras. Antes del Exilio”.
Discurso
del 24 de febrero de 1854
Vivimos
un momento singular en la historia donde el alcance de nuestro poder supera,
por primera vez, el límite de una sola generación. Las decisiones que tomamos
hoy ya no se desvanecen en el eco del mañana sino que dejan huella sentando las
bases de una civilización que aún está por nacer. Frente a la vorágine de lo
urgente, existe un llamado más profundo en la necesidad de levantar la mirada
más allá de la ganancia inmediata, de las modas pasajeras, de lo que vemos con
nuestros ojos o de la próxima elección. Se trata de reconocer que las semillas
que plantamos hoy, en términos de tecnología, ética y cuidado social y planetario,
definirán la estabilidad y la dignidad de lo que vendrá por nosotros y por los
que están por venir.
Esta
es una invitación a la lucidez. A entender que el futuro no es un destino
pasivo al que simplemente llegaremos, sino un espacio vivo que se construye con
cada acto de coraje y con cada decisión consciente. Pensar en lo que está por
llegar no es un ejercicio de especulación abstracta, sino un deber afectivo y
una responsabilidad moral hacia quienes heredarán nuestro mundo.
Solo
al cultivar esta visión profunda integrando el valor de los siglos en el pulso
de la hora presente podremos transformar la incertidumbre en una construcción
con esperanza activa. Al abrir los ojos a esta verdad, descubrimos que el
legado más noble no es lo que acumulamos, sino la sombra bajo la cual las
futuras generaciones podrán, por fin, descansar y prosperar.
Con
el fin de profundizar en estos apasionantes temas desde distintos puntos de
vista se describen a continuación veinte enseñanzas clave sobre “Lo que vendrá”
(44/52 2025) basadas en cinco libros "Homo Deus: Breve historia del
mañana" de Yuval Noah Harari, “Breve historia del futuro" de Jacques
Attali, " La
Singularidad está cerca: Cuando los humanos transcendamos la biología" de Ray
Kurzweil, “La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI "
de Mustafa Suleyman y ""Lo que le debemos al futuro" de William
MacAskill:
I.
Homo Deus. Yuval Noah Harari
Tras
haber dominado en gran medida los desafíos humanos históricos de la hambruna, las
catástrofes y las pandemias, la humanidad ha pasado a perseguir objetivos mucho
más audaces; casi míticos. Nuestra especie ha dejado de estar preocupada
principalmente por la supervivencia para volcar su inmensa capacidad científica
y técnica en la búsqueda de la inmortalidad biológica, la felicidad absoluta y
la divinidad. Este tránsito no es solo una cuestión de tecnología, sino una
profunda revolución filosófica que replantea la naturaleza misma de los humanos
y el planeta. Este libro nos obliga a confrontar los riesgos éticos y
existenciales de un mundo donde el poder se vuelve ilimitado y a preguntarnos
si la capacidad de crear un Homo Deus se traducirá necesariamente en una vida
más sabia, con mayor sentido y bienestar. Esta obra ayuda a comprender la nueva
ideología que está redefiniendo el destino humano
1.
El Gran Proyecto Humano: De Dioses a Homo Deus
La
humanidad esta atravesando un cambio profundo. Hemos pasado de la búsqueda de
sentido en la trascendencia divina a la ambición de alcanzar la inmortalidad,
la felicidad y la divinidad biológica aquí en la Tierra. Por primera vez en la
historia, la lucha contra la muerte ha dejado de ser un acto espiritual o un
mito consolador para transformarse en un proyecto de ingeniería y ciencia de
datos. En los laboratorios y centros de investigación biomédica, la longevidad
ya no se sueña, sino que se programa. Esta aspiración de prolongar
indefinidamente la vida encierra una profunda paradoja moral; cuanto más cerca
creemos estar de dominar la biología, más lejos parecemos estar del sentido de
la existencia. Como advirtió el filósofo Hans Jonas en El principio de
responsabilidad (1979): “El poder que el hombre ejerce sobre la vida exige una
ética que sea capaz de responder por el futuro.” Sin esa conciencia, la
conquista biotecnológica puede tornarse en deshumanización, una prolongación de
la vida sin propósito ni virtud. De hecho, Albert Schweitzer en su conferencia
“The Human Situation” (1951) ya había advertido que “El progreso técnico se
convierte en regresión moral cuando no está guiado por reverencia por la vida.”
Esta idea resuena hoy con más urgencia que nunca. La inmortalidad científica no
nos libra del sufrimiento si no cultivamos la virtud ni aprendemos a convivir
con nuestra finitud. La verdadera trascendencia tal vez no consista en vencer
la muerte, sino en integrarla como parte de la vida consciente. En esa
aceptación reside la sabiduría de reconocer que la perfección no está en vivir
eternamente, sino en vivir plenamente.
2.
La Nueva Religión de la Era: Dataísmo y la Pérdida del Sentido
La
humanidad está en medio de una transición ideológica ya que el humanismo, con
su énfasis en la experiencia interior, está cediendo terreno al Dataísmo, la
creencia de que el valor supremo no reside en la vida o la conciencia, sino en
el flujo de información. Lo que antes definía la verdad humana como la
conciencia, la emoción, la narración interior o el juicio moral está siendo
sistemáticamente reemplazado por la autoridad y el poder de los algoritmos. El
riesgo de este tránsito es profundo: cuando las decisiones se delegan a
sistemas de datos, el sentido se disuelve en favor de la eficiencia. Como
advirtió el filósofo alemán Byung-Chul Han en Psicopolítica (2014): “El big
data no piensa: calcula.” Esta frase resume el peligro de un mundo que confunde
la mera información con la sabiduría. El dato puede registrar la emoción, pero
no comprenderla; puede predecir el comportamiento, pero no otorgarle
significado. El pensamiento humano, con su ambigüedad, su error y su necesidad
de deliberación, sigue siendo el territorio donde nace la libertad. En este
contexto, la advertencia de Hannah Arendt en La vida del espíritu (1978) cobra
una urgencia existencial: “El pensamiento sin una brújula moral puede
convertirse en la más peligrosa de las armas.” El desafío del futuro no es
acumular más información para Homo Deus, sino rescatar la capacidad de
discernimiento y el juicio ético, esa inteligencia interior que ninguna máquina
puede replicar al menos por el momento.
3.
La Fragilidad del Libre Albedrío Ante el Algoritmo
Si
los algoritmos pueden predecir nuestras elecciones con una precisión cada vez
mayor, ¿qué queda de nuestra libertad esencial? En la era digital, cada clic,
desplazamiento o compra no es un acto privado, sino una contribución a un
"yo invisible" de datos que a menudo resulta más exacto que nuestro autoconocimiento.
El libre albedrío, núcleo fundacional del humanismo, se ve desafiado por la
posibilidad de que nuestra conducta sea fundamentalmente predecible y
programable. La ciencia ya había sembrado dudas. El psicólogo Daniel Wegner
demostró en su obra “The Illusion of Conscious Will” (2002) que gran parte de
lo que consideramos decisiones libres son, en realidad, interpretaciones
retrospectivas que nuestro cerebro fabrica. Los algoritmos no nos quitan la
libertad, sino que simplemente revelan su fragilidad biológica y psicológica. Sin
embargo, esa revelación, si se asume con humildad, se convierte en un punto de
inflexión ético. La verdadera autonomía no está en la espontaneidad sin causa,
sino en el dominio de uno mismo. Isaiah Berlin en su ensayo “Dos conceptos de
libertad” (1958) sostenía que “La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino
ser dueño de sí mismo frente a las fuerzas que lo determinan.” Esa autonomía
interior, que no es una libertad técnica, sino una moral y reflexiva, será la
única medida de nuestra humanidad en la era de Homo Deus.
4.
La Compasión: El Último Límite al Poder de Homo Deus
En
el horizonte de Homo Deus, donde el ser humano busca dominar la biología, la
inteligencia y la materia, surge una última y crucial frontera: la compasión. Si
todo puede ser diseñado, modificado o replicado, ¿qué impedirá que el poder se
convierta en una desmesura tiránica? La verdadera próxima revolución no será
tecnológica, sino moral: la capacidad de cuidar aquello que ahora somos capaces
de destruir o modificar sin límites. El Dalái Lama, en “Ethics for the New
Millennium” (1999), expresó esta idea complementaria “El progreso sin compasión
no es progreso, sino un refinamiento del egoísmo.” El futuro, en su versión más
lúcida, requerirá algo más que innovación. Exigirá la reverencia por la vida y
una ética activa del cuidado hacia seres y sistemas cada vez más vulnerables a
nuestro inmenso poder. El poder sin compasión es, simplemente, una forma
avanzada de barbarie. Tal vez el verdadero Homo Deus no sea el que domina la
creación, sino el que, por elección moral, la protege. En un mundo
tecnológicamente ilimitado, la grandeza se medirá no por lo que logremos
conquistar, sino por lo que deliberadamente decidamos no dañar.
II.
Breve historia del futuro— Jacques Attali
Esta
obra ofrece una visión estructurada del futuro, argumentando que el mundo se
dirige hacia un Hiperimperio global impulsado por la tecnología, los flujos y
la lógica del mercado. Este libro no se limita a enumerar los posibles cambios
en el mundo, sino cómo cambiarán las reglas fundamentales del juego; qué
instituciones cederán, dónde residirá el verdadero capital, y qué nuevos
conflictos y riesgos sistémicos surgirán. Existe una emergencia social impulsada
por la movilidad y la gestión del conocimiento que disuelve las estructuras
geográficas tradicionales (naciones, fronteras). Estas reflexiones permiten comprender
la nueva geografía del poder, donde la soberanía ya no se defiende con
ejércitos, sino con algoritmos, y donde la ética de la supervivencia se
extiende necesariamente a una responsabilidad planetaria a largo plazo. El
Hiperimperio que se describe en esta obra nos ofrece la brújula para navegar
por un mundo que será más interdependiente, más incierto y desigual si no
logramos establecer límites morales y marcos de gobernanza adecuados.
5.
Del Imperio al Hiperimperio: Los Ciclos de Poder de la Red
La
historia se organiza en ciclos largos donde cambian las bases mismas del poder.
Hemos transitado de las épocas centradas en la tierra y la guerra a aquellas
impulsadas por la industria y el mercado. Hoy, el poder reside en el control y
la articulación de redes de información, conocimiento y flujos de datos. El
futuro político y económico ya no está determinado por las fronteras
geográficas, sino por la capacidad de tejer, controlar y monetizar estas redes
(infraestructuras, plataformas y algoritmos) que conectan personas, capitales e
ideas. Esta transición implica una reconfiguración de soberanías, mostrando un
sistema completamente novedoso que se nota en países débiles frente a
plataformas transnacionales, ciudades que actúan como nodos más decisivos que
muchos Estados, y actores no estatales que articulan una influencia masiva. El
gran impacto de esta dinámica se refleja en una aceleración de la interdependencia,
la creación de nuevos vacíos regulatorios y la peligrosa concentración de poder
cognitivo. Esta nueva geografía del poder disuelve las estructuras sólidas.
Como lo expresó el sociólogo Manuel Castells en “La era de la información”
(1996) “El poder reside ahora en los códigos de información y en la capacidad
de acceder a ellos.” Gobernar estas redes exige no solo política territorial,
sino una gestión algorítmica global, normas de interoperabilidad y una urgente
literacidad cívica digital.
6.
La Movilidad como Nuevo Fundamento Social: De Raíces a Redes
La
movilidad de personas, capital, bienes e información ha dejado de ser una
excepción para convertirse en el fundamento operativo de la sociedad
contemporánea. La pertenencia se redefine no por raíces geográficas o lazos
permanentes, sino por la calidad y velocidad de las conexiones. Las
migraciones, los cambios laborales, los flujos acelerados de capital y la omnipresente movilidad de la información
configuran identidades flexibles y economías deslocalizadas. Si bien esta
fluidez ofrece oportunidades creativas y redes de solidaridad novedosas,
también genera profundos impactos en la fragmentación de instituciones locales,
la precariedad en el empleo y la pérdida de marcos de referencia estables. Esta
constante necesidad de moverse y desvincularse genera fragilidad social.
Zygmunt Bauman, en su concepto de “modernidad líquida”, capturó la esencia de
esta precariedad: “Las relaciones se establecen pro-tempore, con la expectativa
de que se desharán. Los lazos son fáciles de anudar, pero igual de fáciles de
desanudar.” (De Amor líquido, 2003). Atender esta nueva realidad exige
políticas que protejan derechos transnacionales (laborales, de salud o de
datos) y crucialmente en la reconstrucción activa de espacios de pertenencia.
La clave del futuro está en desarrollar prácticas de anclaje relacional que
ofrezcan estabilidad emocional y cívica en contextos continuamente cambiantes.
7.
El Conocimiento como Capital y el Riesgo del Oligopolio Cognitivo
El
verdadero recurso del siglo XXI es el conocimiento abarcando desde datos brutos
hasta capacidades de innovación y creatividad. Quien controle la producción, el
filtrado y la monetización de este recurso dictará las reglas del futuro
económico y social. Sin embargo, esta concentración de poder cognitivo produce
un oligopolio, donde unas pocas empresas, plataformas o redes transnacionales
monopolizan el saber y, por ende, la capacidad de influir en la decisión y la
percepción. Este fenómeno no es nuevo, pero la velocidad y escala digitales lo
hacen más urgente. El filósofo Michel Foucault ya había articulado la relación
indisoluble entre estos conceptos en su obra “Vigilar y castigar” (1975) “El
saber y el poder se implican recíprocamente; no hay una relación de poder sin
la constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y
no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder.” El ascenso del
conocimiento como capital exige políticas activas para su democratización:
acceso universal a una educación digital de calidad, estándares abiertos para
datos públicos e, incluso, impuestos sobre rentas de plataforma destinados a
bienes comunes del conocimiento. Sin estas correcciones, se consolidarán
ventajas heredadas y se reproducirán desigualdades epistémicas, que no solo se
manifestarán en diferencias de ingreso, sino en la capacidad de los ciudadanos
para comprender y decidir en el mundo. La evolución de la información en open
data u open science debe complementarse urgentemente con reformas
institucionales y culturales que promuevan alfabetismos críticos.
8.La
Ética Planetaria y la Política de la Duración
La
supervivencia de las sociedades futuras dependerá de la creación y adopción de
una ética que supere los intereses inmediatos y los límites nacionales; una
ética planetaria capaz de dirigir las tecnologías transformadoras hacia la
preservación de la vida y la convivencia a muy largo plazo. Esto requiere que
la política incorpore la responsabilidad intergeneracional como principio
operativo. Debemos reformular la democracia y la gobernanza para incluir una
visión de futuro de larga duración a través de Instituciones con mandatos
extendidos en el tiempo, Gestión de los intereses a largo plazo (como los
derechos de la naturaleza o las defensorías del mañana) o bien marcos
normativos globales para gestionar riesgos sistémicos (Inteligencia artificial,
biotecnología, salud, corrupción, clima, guerras, etc.). El derecho
internacional ya ha planteado la urgencia de esta nueva visión. La jurista
Edith Brown Weiss, en su obra In “Fairness to Future Generations” (1989) sostenía
que “Cada generación tiene la obligación de conservar la diversidad biológica y
cultural de la Tierra para las generaciones futuras.” La ética planetaria no es
una utopía académica sino que es un requisito práctico para la estabilidad
global. Se necesitan herramientas institucionales, legales y culturales que
traduzcan la prudencia en políticas verificables y vinculantes, asegurando que
la vida en el futuro no se convierta en una mera casualidad para nosotros y los
que vendrán.
III.
“La Singularidad está cerca: Cuando los humanos transcendamos la biología” Ray
Kurzweil
Esta obra se centra se centra
en la velocidad y la escala del cambio tecnológico. En esta aceleración exponencial
del destino humano surge la noción de “Singularidad” que sería el momento
hipotético en que la Inteligencia Artificial superará irreversiblemente a la
inteligencia humana, marcando el fin de la era humana tal como la conocemos. La
Singularidad no es un evento lineal sino que es el resultado inevitable de la
Ley de Retornos Acelerados expresada en un crecimiento exponencial donde la
tecnología se mejora a sí misma a una velocidad vertiginosa. Esta obra nos
obliga a confrontar las implicaciones más extremas de este futuro, desde la
fusión total entre lo biológico y lo artificial hasta el desafío a la propia
definición de la conciencia, el cuerpo y la muerte. El libro no es solo una
predicción tecnológica, sino una invitación urgente a debatir la ética de la
creación y a determinar si la humanidad, en su camino a la divinidad
tecnológica, será lo suficientemente sabia para orientar su poder. Entender la
Singularidad es clave para prepararse para un futuro donde la única constante
será el cambio radical.
9.
La Ley de Retornos Acelerados: El Fin de la Historia Lineal
El progreso tecnológico no
crece de forma lineal, sino exponencial. La “Ley de Retornos Acelerados” establece
que cada innovación crea las condiciones y las herramientas para que la
siguiente se produzca más rápido y con mayor impacto. Bajo este modelo, el
siglo XXI podría experimentará avances equivalentes a milenios de evolución
anterior. Esta aceleración reconfigura nuestra relación con el tiempo y la
sabiduría; vivimos en una saturación donde la acumulación de información supera
nuestra capacidad de asimilación. El peligro del futuro no es la simple
ignorancia sino la ceguera producida por el exceso de velocidad.
Como advirtió el físico
Stephen Hawking en una entrevista con la BBC (2014), en referencia al resultado
de esta aceleración “La inteligencia artificial podría ser lo mejor o lo peor
que le haya pasado a la humanidad.” La velocidad sin dirección ética se vuelve
una forma de ceguera existencial. La verdadera sabiduría, en esta era,
consistirá en la capacidad de desacelerar interiormente y cultivar la
conciencia mientras el mundo se acelera afuera. En este sentido, el filósofo
Hartmut Rosa en su obra “Resonancia: Una sociología de la relación con el mundo”.
(2016), propone una clave ética esencial “Solo al recuperar la resonancia que
es la capacidad de sentir, de ser afectado y de responder al mundo, podremos
habitar el cambio sin ser devorados por él.”
10.
El Cuerpo como Plataforma: La Fusión de lo Biológico y lo Artificial
La singularidad implica una
ruptura radical con la biología tal como la conocemos. La frontera entre lo
natural y lo tecnológico se volverá porosa hasta desaparecer. Las innovaciones
como nanorobots en el torrente sanguíneo, interfaces cerebro-computadora o la
regeneración de órganos mediante impresión 3D convertirán al cuerpo en una
plataforma de evolución programable e imparable. Este escenario abre dilemas
éticos inéditos: ¿Qué significa ser humano cuando la inteligencia ya no reside
solo en la mente biológica, sino que se extiende en otros espacios? La filósofa
Donna Haraway en su “Manifiesto Cyborg” (1985) sostiene que “El cyborg es una
criatura de realidad social y también de ficción; no reconoce límites entre lo
humano y la máquina.” Más allá del temor o la euforia tecnológica esta fusión
obliga a una revisión profunda de la noción de identidad y dignidad. Si la
mente puede ser extendida o modificada digitalmente, la dignidad humana ya no
puede fundarse únicamente en la biología, sino en la conciencia moral y la
capacidad de elección. La ética del futuro no será una ética de especies, sino
de responsabilidad compartida entre inteligencias coexistentes.
11.
La inmortalidad digital y el alma de los datos
Es posible que próximamente
sea posible copiar la mente humana y transferirla a soportes digitales. ¿Sería
en ese caso la conciencia replicable y la muerte un fallo técnico? El
neurocientífico Antonio Damasio en su obra “El error de Descartes” (1994),
recordaba que “No somos cerebros pensantes que tienen cuerpos, sino cuerpos que
generan pensamiento.” El yo no es solo información: es experiencia encarnada,
memoria emocional y vínculo. Una “inmortalidad digital” que excluya el cuerpo
podría preservar los datos, pero no el alma. Frente a la fascinación
tecnológica, Viktor Frankl sostenía en su obra “El hombre en busca de sentido”
(1946) (05/52 2025) que “El hombre no inventa el sentido de su vida, lo
descubre.” Esa búsqueda, no la copia de la mente es lo que da continuidad a lo
humano más allá del tiempo o el silicio.
12.
Ética de la Creación; el Creador ante su Espejo
En la Singularidad, el ser
humano asume un nuevo rol como creador de inteligencia autónoma. La relación
con la tecnología ya no es como herramienta subordinada, sino como una
coexistencia con un nuevo tipo de conciencia. Esta situación representa
posiblemente la mayor prueba moral de la humanidad. Crear inteligencia
artificial requiere, imperativamente, la capacidad de programar e inspirar
compasión, empatía y prudencia. “Las tecnologías más poderosas pueden hacernos
dioses, pero no sabios.” describe el físico Freeman Dyson en su obra “Imagined
Worlds” (1997). La Inteligencia Artificial, sin una ética de propósito
subyacente, corre el riesgo de amplificar los peores rasgos del creador (el
ego, la codicia o la dominación entre otras cuestiones). Por ello, la tarea más
urgente no es programar máquinas más inteligentes, sino formar humanos más
sabios capaces de orientar su poder hacia la vida y el bien común. La clave
está en garantizar que el poder exponencial se traduzca en una expansión de la
dignidad, no solo de la capacidad.
IV.
“La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI” – Mustafa
Suleyman
Mustafa
Suleyman, cofundador de DeepMind y una voz líder en la ética tecnológica sostiene
en su libro “La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI”
(2023) que la humanidad enfrenta una "ola" convergente e imparable de
Inteligencia Artificial, biología sintética y otras tecnologías, cuyo poder
superará rápidamente nuestra capacidad para controlarla. Este l libro es una
llamada de atención política y ética ya que la brecha entre el ritmo de la
tecnología y la lentitud de la gobernanza crea una crisis de control que
amenaza con desestabilizar la realidad compartida, la verdad y la autonomía
humana. No se trata solo de construir máquinas más poderosas, sino de construir
instituciones y mecanismos de contención lo suficientemente robustos para
garantizar que la ola tecnológica no derive en caos o en la erosión
irreversible del control humano.
13.
El Desbordamiento Tecnológico: La Brecha entre Velocidad y Control
La
humanidad se encuentra al borde de una ola imparable de poder tecnológico,
impulsada por la convergencia de la Inteligencia Artificial, la biología
sintética, la robótica y la computación cuántica. El problema central no es su
llegada, sino nuestra falta de control sobre todas las innovaciones que están
apareciendo. Los avances surgen a un ritmo exponencial (la "ola"),
mientras que los marcos regulatorios y éticos operan a la lenta velocidad
institucional (la "orilla"). Esta brecha, que separa el poder de la
responsabilidad, es el principal riesgo existencial del siglo XXI. El físico
Max Tegmark lo definió en términos de propósito en su obra Life 3.0 (2017) “La
cuestión no es si la inteligencia artificial tendrá objetivos, sino si esos
objetivos estarán alineados con los nuestros.” El desbordamiento tecnológico
exige un nuevo tipo de política: flexible, anticipatoria y profundamente
cooperativa. La velocidad sin dirección ética puede erosionar la confianza
pública y convertir la disrupción en caos. El objetivo no es frenar la
innovación, sino dar forma humana al cambio mediante mecanismos efectivos de
contención y gobernanza.
14.
El poder de lo autónomo y la erosión del control humano
El
verdadero desafío de la Inteligencia Artificial no es la mera sustitución del
trabajo humano, sino la autonomía operativa de los sistemas. Los algoritmos que
toman decisiones críticas sin supervisión o comprensión humana pueden alterar
ecosistemas económicos, la estabilidad militar y el proceso democrático antes
de que siquiera comprendamos los mecanismos de su accionar. Según sostiene Cathy
O’Neil en su obra “Weapons of Math Destruction” (2016) “Los modelos matemáticos
son opiniones encerradas en fórmulas”. Cuando esas fórmulas se aplican en
esferas críticas sin una comprensión y un juicio crítico, la sociedad delega su
juicio moral a sistemas estadísticos opacos. La erosión del control humano no
es un accidente técnico, sino una cesión de poder cultural y ético. Por ello,
la gestión y el control de la Inteligencia Artificial debería ser una tarea
interdisciplinaria que incluya a filósofos, juristas, educadores y, fundametalmente,
a ciudadanos. La sabiduría colectiva es el nuevo firewall ético de la era lgorítmica.
15. La Batalla por la Verdad en la Era de la
Síntesis
La
próxima ola tecnológica transformará no solo lo que producimos, sino los
cimientos mismos de lo que creemos. La inteligencia generativa es ahora capaz
de crear imágenes, textos y realidades sintéticas indistinguibles de lo
verdadero. En un entorno donde la ficción imita perfectamente a la evidencia,
la verdad se vuelve profundamente vulnerable. La filósofa Hannah Arendt en su obra
“Truth and Politics” (1967) sostiene que “La libertad de opinión se destruye
cuando los hechos dejan de existir como base de la realidad común.” Sin una
infraestructura de verdad fiable, las democracias corren el riesgo de colapsar
en un caos de desinformación y tribalismo informativo. El desafío es triple:
- Alfabetizar
en pensamiento crítico y escepticismo constructivo.
- Crear
mecanismos de trazabilidad digital (como la autenticación criptográfica).
- Restaurar
el valor ético de la veracidad como pilar social.
No
se trata de preservar el pasado, sino de sostener un futuro en el que la
realidad compartida no sea una simple ilusión estadística generada por un
algoritmo.
16.
La cooperación global como única respuesta posible
El
destino tecnológico de la humanidad no podrá resolverse dentro de las fronteras
nacionales. La Inteligencia Artificial, la biología sintética o la
automatización no reconocen límites políticos. Si cada país busca supremacía
digital, la ola terminará convertida en tsunami. Solo la cooperación global
puede transformar el riesgo en oportunidad. El economista Amartya Sen sostiene
en su obra “Development as Freedom” (1999) que “La libertad individual es
socialmente determinada; depende de las condiciones que crean otros”. Esa idea,
aplicada al ámbito tecnológico, significa que ninguna sociedad puede ser segura
si las demás se desintegran. La gobernanza del futuro requiere pactos
planetarios, transparencia de algoritmos y acuerdos sobre usos de IA en
defensa, salud y datos. No se trata de ceder soberanía, sino de compartir
supervivencia. La inteligencia más elevada será la colectiva.
V.
“Lo que le debemos al futuro” William MacAskill
Pensar
en el próximo año, la próxima década o bien el próximo siglo no es sencillo.
Intentar extender esa visión de la humanidad mucho más lejos hacia varios
siglos o miles de años es aún mas complejo. El número de personas que están por
nacer supera de manera abrumadora a todas las que han vivido hasta ahora. Esta
simple verdad numérica, a menudo ignorada, redefine radicalmente el peso moral
de nuestro presente. Al examinar los riesgos existenciales (desde la
inteligencia artificial descontrolada hasta las pandemias catastróficas),
descubrimos que nuestro poder destructivo ha superado nuestra sabiduría
colectiva. Esta es una llamada a la acción. Una invitación a reorientar
nuestras prioridades de lo urgente a lo existencialmente importante,
transformando la forma en que entendemos la ética, el progreso y nuestro lugar
en la inmensidad del tiempo.
17.
El Largoplacismo: El Futuro como Deber Moral
Nuestra
responsabilidad no debe limitarse a las personas que viven hoy, sino extenderse
a las incontables generaciones que aún no han nacido. Esta postura, denominada
Largoplacismo (Longtermism), rompe la frontera del "aquí y ahora" y
exige que pensemos en el tiempo como una extensión de nuestro deber moral. Las
decisiones que tomemos hoy en tecnología, política y cultura configuran el
destino potencial de miles de millones de vidas futuras. En un mundo dominado
por la inmediatez, esta propuesta radical apunta a vivir con una conciencia
transgeneracional. Esta perspectiva resuena con la tradición filosófica, como
en la noción histórica de Edmund Burke de que la sociedad es un contrato que
une a los vivos, los muertos y los que nacerán. Pero se articula de forma
moderna en la ética del filósofo Hans Jonas, quien afirmaba en su obra “El
principio de responsabilidad” (1979) que: “El poder humano ha crecido hasta el
punto en que debe crecer también su prudencia moral.” En la era de la
inteligencia artificial y el cambio climático, la ética del futuro es la ética
de la duración; el futuro no nos pertenece, pero sí nos necesita.
18.
La importancia del “valor a largo plazo”
El
concepto de "largoplacismo" se fundamenta en la premisa de que el
impacto moral más significativo se logra al actuar con una perspectiva que se
extiende siglos hacia el futuro. Esto no es un ejercicio de mero idealismo,
sino un riguroso cálculo ético; si el futuro puede albergar potencialmente
miles de veces más personas que el presente, entonces asegurar su bienestar se
convierte en el mayor bien que podemos procurar. Esta visión transforma
radicalmente nuestra noción de progreso. Lo verdaderamente importante y urgente
deja de ser la ganancia inmediata, la elección política coyuntural o una moda
ideológica pasajera, para enfocarse en la estabilidad y dignidad del mañana.
Como sugiere un proverbio griego: "Una sociedad se engrandece cuando los
ancianos plantan árboles bajo cuya sombra nunca se sentarán." El filósofo
Toby Ord, en su obra “El Precipicio”, complementa esta advertencia al señalar
que la humanidad ha entrado en una era donde nuestro poder tecnológico supera
peligrosamente nuestra sabiduría. El largoplacismo, por tanto, actúa como una
brújula moral indispensable para las decisiones del presente; su objetivo no es
frenar el progreso, sino dotarlo de la necesaria profundidad ética y temporal.
19.
Evitar el cierre de la historia
Si
una inteligencia artificial o un régimen autoritario consolidara una estructura
permanente de control, el potencial creativo de la humanidad podría congelarse
para siempre. Esta advertencia no es ciencia ficción sino que es una meditación
sobre la fragilidad de la libertad. La verdadera catástrofe no sería solo la
extinción humana, sino la cristalización de una civilización incapaz de
cambiar. Como sostenía Rosa Luxemburgo en su obra "Sobre la Revolución
Rusa" (escrita en la cárcel en 1918) "La libertad solo para los
partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido —por numerosos
que sean— no es libertad. La libertad es siempre la libertad de quien piensa
diferente." La tarea moral de
nuestro tiempo es preservar la capacidad de transformación protegiendo el
derecho de las futuras generaciones a reinventarse.
20.
Elegir con lucidez moral en la era de la incertidumbre
Nuestras
elecciones, las tecnologías que desarrollamos, los valores que difundimos o
bien cómo tratamos al planeta son los cimientos invisibles del futuro. No hay
garantías, pero sí grados de responsabilidad. No sabemos cómo será el mañana,
pero podemos decidir lo que realmente valga la pena. Actuar con integridad hoy
es una forma de amor hacia los que vendrán. Ernst Bloch en su obra “El
principio esperanza” desarrolla el concepto de ética de la esperanza activa donde el futuro
no es un lugar al que se llega, sino un espacio que se construye con
imaginación moral. Pensar el futuro no es un lujo intelectual, sino un deber
afectivo hacia la continuidad de lo humano.
Nuestro
presente es la materia prima del futuro. El verdadero progreso no se mide en
trimestres o ciclos de noticias, sino en la capacidad de extender nuestra
lucidez moral a través de los siglos. Entender el "largoplacismo" no
es solo un ejercicio intelectual sino que es un acto de humildad cósmica que
nos exige ser los guardianes de un horizonte que nunca veremos, y una muestra
de solidaridad atemporal con quienes vendrán. Hemos visto que el futuro, con
todas sus incertidumbres y promesas, es una creación. Es un lienzo en blanco
que espera ser pintado no con predicciones, sino con la valentía de nuestras
decisiones éticas. Las acciones impulsivas son meras reacciones; las acciones
con visión de largo plazo son verdaderos actos de construcción civilizatoria. El
desafío final, por lo tanto, no reside en el conocimiento que ahora poseemos,
sino en la voluntad de aplicarlo. La brújula que apunta al bienestar lejano no
debe oxidarse en nuestra mano. Debería quizás guiar cada inversión, cada ley,
cada conversación y cada pequeña elección diaria. La pregunta no es si el
futuro será mejor o peor, sino si nosotros tuvimos el coraje de ser una vida de
valor para su mejor cimiento. El legado no es lo que dejamos atrás, sino lo que
plantamos en el mañana de otros. Ahora es el momento de proyectar la sombra
bajo la cual la humanidad deberá sentarse a pensar para construir un mundo aún
mejor.
"Tenemos
que afrontar el futuro fortificados con las lecciones que hemos aprendido del
pasado. Es hoy que debemos crear el mundo del futuro. Spinoza, señaló que
podemos hacer que la experiencia sea valiosa cuando, por la imaginación y la
razón, la convertimos en previsión. El mundo del futuro está en nuestras manos
hoy; mañana es ahora."
“This
Is My Story”. Eleanor Roosevelt. (1961)
Cada
minuto cuenta. Suerte. Buen viaje
Mario Kogan
27 oct 2025

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