“Lo que vendrá” (44/52 2025)




"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad."

Víctor Hugo. “Actos y Palabras. Antes del Exilio”.

Discurso del 24 de febrero de 1854

 

Vivimos un momento singular en la historia donde el alcance de nuestro poder supera, por primera vez, el límite de una sola generación. Las decisiones que tomamos hoy ya no se desvanecen en el eco del mañana sino que dejan huella sentando las bases de una civilización que aún está por nacer. Frente a la vorágine de lo urgente, existe un llamado más profundo en la necesidad de levantar la mirada más allá de la ganancia inmediata, de las modas pasajeras, de lo que vemos con nuestros ojos o de la próxima elección. Se trata de reconocer que las semillas que plantamos hoy, en términos de tecnología, ética y cuidado social y planetario, definirán la estabilidad y la dignidad de lo que vendrá por nosotros y por los que están por venir.

 

Esta es una invitación a la lucidez. A entender que el futuro no es un destino pasivo al que simplemente llegaremos, sino un espacio vivo que se construye con cada acto de coraje y con cada decisión consciente. Pensar en lo que está por llegar no es un ejercicio de especulación abstracta, sino un deber afectivo y una responsabilidad moral hacia quienes heredarán nuestro mundo.

Solo al cultivar esta visión profunda integrando el valor de los siglos en el pulso de la hora presente podremos transformar la incertidumbre en una construcción con esperanza activa. Al abrir los ojos a esta verdad, descubrimos que el legado más noble no es lo que acumulamos, sino la sombra bajo la cual las futuras generaciones podrán, por fin, descansar y prosperar.

 

Con el fin de profundizar en estos apasionantes temas desde distintos puntos de vista se describen a continuación veinte enseñanzas clave sobre “Lo que vendrá” (44/52 2025) basadas en cinco libros "Homo Deus: Breve historia del mañana" de Yuval Noah Harari, “Breve historia del futuro" de Jacques Attali, " La Singularidad está cerca: Cuando los humanos transcendamos la biología" de Ray Kurzweil, “La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI " de Mustafa Suleyman y ""Lo que le debemos al futuro" de William MacAskill:

I. Homo Deus. Yuval Noah Harari

Tras haber dominado en gran medida los desafíos humanos históricos de la hambruna, las catástrofes y las pandemias, la humanidad ha pasado a perseguir objetivos mucho más audaces; casi míticos. Nuestra especie ha dejado de estar preocupada principalmente por la supervivencia para volcar su inmensa capacidad científica y técnica en la búsqueda de la inmortalidad biológica, la felicidad absoluta y la divinidad. Este tránsito no es solo una cuestión de tecnología, sino una profunda revolución filosófica que replantea la naturaleza misma de los humanos y el planeta. Este libro nos obliga a confrontar los riesgos éticos y existenciales de un mundo donde el poder se vuelve ilimitado y a preguntarnos si la capacidad de crear un Homo Deus se traducirá necesariamente en una vida más sabia, con mayor sentido y bienestar. Esta obra ayuda a comprender la nueva ideología que está redefiniendo el destino humano

1. El Gran Proyecto Humano: De Dioses a Homo Deus

La humanidad esta atravesando un cambio profundo. Hemos pasado de la búsqueda de sentido en la trascendencia divina a la ambición de alcanzar la inmortalidad, la felicidad y la divinidad biológica aquí en la Tierra. Por primera vez en la historia, la lucha contra la muerte ha dejado de ser un acto espiritual o un mito consolador para transformarse en un proyecto de ingeniería y ciencia de datos. En los laboratorios y centros de investigación biomédica, la longevidad ya no se sueña, sino que se programa. Esta aspiración de prolongar indefinidamente la vida encierra una profunda paradoja moral; cuanto más cerca creemos estar de dominar la biología, más lejos parecemos estar del sentido de la existencia. Como advirtió el filósofo Hans Jonas en El principio de responsabilidad (1979): “El poder que el hombre ejerce sobre la vida exige una ética que sea capaz de responder por el futuro.” Sin esa conciencia, la conquista biotecnológica puede tornarse en deshumanización, una prolongación de la vida sin propósito ni virtud. De hecho, Albert Schweitzer en su conferencia “The Human Situation” (1951) ya había advertido que “El progreso técnico se convierte en regresión moral cuando no está guiado por reverencia por la vida.” Esta idea resuena hoy con más urgencia que nunca. La inmortalidad científica no nos libra del sufrimiento si no cultivamos la virtud ni aprendemos a convivir con nuestra finitud. La verdadera trascendencia tal vez no consista en vencer la muerte, sino en integrarla como parte de la vida consciente. En esa aceptación reside la sabiduría de reconocer que la perfección no está en vivir eternamente, sino en vivir plenamente.

2. La Nueva Religión de la Era: Dataísmo y la Pérdida del Sentido

La humanidad está en medio de una transición ideológica ya que el humanismo, con su énfasis en la experiencia interior, está cediendo terreno al Dataísmo, la creencia de que el valor supremo no reside en la vida o la conciencia, sino en el flujo de información. Lo que antes definía la verdad humana como la conciencia, la emoción, la narración interior o el juicio moral está siendo sistemáticamente reemplazado por la autoridad y el poder de los algoritmos. El riesgo de este tránsito es profundo: cuando las decisiones se delegan a sistemas de datos, el sentido se disuelve en favor de la eficiencia. Como advirtió el filósofo alemán Byung-Chul Han en Psicopolítica (2014): “El big data no piensa: calcula.” Esta frase resume el peligro de un mundo que confunde la mera información con la sabiduría. El dato puede registrar la emoción, pero no comprenderla; puede predecir el comportamiento, pero no otorgarle significado. El pensamiento humano, con su ambigüedad, su error y su necesidad de deliberación, sigue siendo el territorio donde nace la libertad. En este contexto, la advertencia de Hannah Arendt en La vida del espíritu (1978) cobra una urgencia existencial: “El pensamiento sin una brújula moral puede convertirse en la más peligrosa de las armas.” El desafío del futuro no es acumular más información para Homo Deus, sino rescatar la capacidad de discernimiento y el juicio ético, esa inteligencia interior que ninguna máquina puede replicar al menos por el momento.

3. La Fragilidad del Libre Albedrío Ante el Algoritmo

Si los algoritmos pueden predecir nuestras elecciones con una precisión cada vez mayor, ¿qué queda de nuestra libertad esencial? En la era digital, cada clic, desplazamiento o compra no es un acto privado, sino una contribución a un "yo invisible" de datos que a menudo resulta más exacto que nuestro autoconocimiento. El libre albedrío, núcleo fundacional del humanismo, se ve desafiado por la posibilidad de que nuestra conducta sea fundamentalmente predecible y programable. La ciencia ya había sembrado dudas. El psicólogo Daniel Wegner demostró en su obra “The Illusion of Conscious Will” (2002) que gran parte de lo que consideramos decisiones libres son, en realidad, interpretaciones retrospectivas que nuestro cerebro fabrica. Los algoritmos no nos quitan la libertad, sino que simplemente revelan su fragilidad biológica y psicológica. Sin embargo, esa revelación, si se asume con humildad, se convierte en un punto de inflexión ético. La verdadera autonomía no está en la espontaneidad sin causa, sino en el dominio de uno mismo. Isaiah Berlin en su ensayo “Dos conceptos de libertad” (1958) sostenía que “La libertad no es hacer lo que uno quiere, sino ser dueño de sí mismo frente a las fuerzas que lo determinan.” Esa autonomía interior, que no es una libertad técnica, sino una moral y reflexiva, será la única medida de nuestra humanidad en la era de Homo Deus.

4. La Compasión: El Último Límite al Poder de Homo Deus

En el horizonte de Homo Deus, donde el ser humano busca dominar la biología, la inteligencia y la materia, surge una última y crucial frontera: la compasión. Si todo puede ser diseñado, modificado o replicado, ¿qué impedirá que el poder se convierta en una desmesura tiránica? La verdadera próxima revolución no será tecnológica, sino moral: la capacidad de cuidar aquello que ahora somos capaces de destruir o modificar sin límites. El Dalái Lama, en “Ethics for the New Millennium” (1999), expresó esta idea complementaria “El progreso sin compasión no es progreso, sino un refinamiento del egoísmo.” El futuro, en su versión más lúcida, requerirá algo más que innovación. Exigirá la reverencia por la vida y una ética activa del cuidado hacia seres y sistemas cada vez más vulnerables a nuestro inmenso poder. El poder sin compasión es, simplemente, una forma avanzada de barbarie. Tal vez el verdadero Homo Deus no sea el que domina la creación, sino el que, por elección moral, la protege. En un mundo tecnológicamente ilimitado, la grandeza se medirá no por lo que logremos conquistar, sino por lo que deliberadamente decidamos no dañar.

II. Breve historia del futuro— Jacques Attali

Esta obra ofrece una visión estructurada del futuro, argumentando que el mundo se dirige hacia un Hiperimperio global impulsado por la tecnología, los flujos y la lógica del mercado. Este libro no se limita a enumerar los posibles cambios en el mundo, sino cómo cambiarán las reglas fundamentales del juego; qué instituciones cederán, dónde residirá el verdadero capital, y qué nuevos conflictos y riesgos sistémicos surgirán. Existe una emergencia social impulsada por la movilidad y la gestión del conocimiento que disuelve las estructuras geográficas tradicionales (naciones, fronteras). Estas reflexiones permiten comprender la nueva geografía del poder, donde la soberanía ya no se defiende con ejércitos, sino con algoritmos, y donde la ética de la supervivencia se extiende necesariamente a una responsabilidad planetaria a largo plazo. El Hiperimperio que se describe en esta obra nos ofrece la brújula para navegar por un mundo que será más interdependiente, más incierto y desigual si no logramos establecer límites morales y marcos de gobernanza adecuados.

5. Del Imperio al Hiperimperio: Los Ciclos de Poder de la Red

La historia se organiza en ciclos largos donde cambian las bases mismas del poder. Hemos transitado de las épocas centradas en la tierra y la guerra a aquellas impulsadas por la industria y el mercado. Hoy, el poder reside en el control y la articulación de redes de información, conocimiento y flujos de datos. El futuro político y económico ya no está determinado por las fronteras geográficas, sino por la capacidad de tejer, controlar y monetizar estas redes (infraestructuras, plataformas y algoritmos) que conectan personas, capitales e ideas. Esta transición implica una reconfiguración de soberanías, mostrando un sistema completamente novedoso que se nota en países débiles frente a plataformas transnacionales, ciudades que actúan como nodos más decisivos que muchos Estados, y actores no estatales que articulan una influencia masiva. El gran impacto de esta dinámica se refleja en una aceleración de la interdependencia, la creación de nuevos vacíos regulatorios y la peligrosa concentración de poder cognitivo. Esta nueva geografía del poder disuelve las estructuras sólidas. Como lo expresó el sociólogo Manuel Castells en “La era de la información” (1996) “El poder reside ahora en los códigos de información y en la capacidad de acceder a ellos.” Gobernar estas redes exige no solo política territorial, sino una gestión algorítmica global, normas de interoperabilidad y una urgente literacidad cívica digital.

6. La Movilidad como Nuevo Fundamento Social: De Raíces a Redes

La movilidad de personas, capital, bienes e información ha dejado de ser una excepción para convertirse en el fundamento operativo de la sociedad contemporánea. La pertenencia se redefine no por raíces geográficas o lazos permanentes, sino por la calidad y velocidad de las conexiones. Las migraciones, los cambios laborales, los flujos acelerados de capital y  la omnipresente movilidad de la información configuran identidades flexibles y economías deslocalizadas. Si bien esta fluidez ofrece oportunidades creativas y redes de solidaridad novedosas, también genera profundos impactos en la fragmentación de instituciones locales, la precariedad en el empleo y la pérdida de marcos de referencia estables. Esta constante necesidad de moverse y desvincularse genera fragilidad social. Zygmunt Bauman, en su concepto de “modernidad líquida”, capturó la esencia de esta precariedad: “Las relaciones se establecen pro-tempore, con la expectativa de que se desharán. Los lazos son fáciles de anudar, pero igual de fáciles de desanudar.” (De Amor líquido, 2003). Atender esta nueva realidad exige políticas que protejan derechos transnacionales (laborales, de salud o de datos) y crucialmente en la reconstrucción activa de espacios de pertenencia. La clave del futuro está en desarrollar prácticas de anclaje relacional que ofrezcan estabilidad emocional y cívica en contextos continuamente cambiantes.

7. El Conocimiento como Capital y el Riesgo del Oligopolio Cognitivo

El verdadero recurso del siglo XXI es el conocimiento abarcando desde datos brutos hasta capacidades de innovación y creatividad. Quien controle la producción, el filtrado y la monetización de este recurso dictará las reglas del futuro económico y social. Sin embargo, esta concentración de poder cognitivo produce un oligopolio, donde unas pocas empresas, plataformas o redes transnacionales monopolizan el saber y, por ende, la capacidad de influir en la decisión y la percepción. Este fenómeno no es nuevo, pero la velocidad y escala digitales lo hacen más urgente. El filósofo Michel Foucault ya había articulado la relación indisoluble entre estos conceptos en su obra “Vigilar y castigar” (1975) “El saber y el poder se implican recíprocamente; no hay una relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder.” El ascenso del conocimiento como capital exige políticas activas para su democratización: acceso universal a una educación digital de calidad, estándares abiertos para datos públicos e, incluso, impuestos sobre rentas de plataforma destinados a bienes comunes del conocimiento. Sin estas correcciones, se consolidarán ventajas heredadas y se reproducirán desigualdades epistémicas, que no solo se manifestarán en diferencias de ingreso, sino en la capacidad de los ciudadanos para comprender y decidir en el mundo. La evolución de la información en open data u open science debe complementarse urgentemente con reformas institucionales y culturales que promuevan alfabetismos críticos.

8.La Ética Planetaria y la Política de la Duración

La supervivencia de las sociedades futuras dependerá de la creación y adopción de una ética que supere los intereses inmediatos y los límites nacionales; una ética planetaria capaz de dirigir las tecnologías transformadoras hacia la preservación de la vida y la convivencia a muy largo plazo. Esto requiere que la política incorpore la responsabilidad intergeneracional como principio operativo. Debemos reformular la democracia y la gobernanza para incluir una visión de futuro de larga duración a través de Instituciones con mandatos extendidos en el tiempo, Gestión de los intereses a largo plazo (como los derechos de la naturaleza o las defensorías del mañana) o bien marcos normativos globales para gestionar riesgos sistémicos (Inteligencia artificial, biotecnología, salud, corrupción, clima, guerras, etc.). El derecho internacional ya ha planteado la urgencia de esta nueva visión. La jurista Edith Brown Weiss, en su obra In “Fairness to Future Generations” (1989) sostenía que “Cada generación tiene la obligación de conservar la diversidad biológica y cultural de la Tierra para las generaciones futuras.” La ética planetaria no es una utopía académica sino que es un requisito práctico para la estabilidad global. Se necesitan herramientas institucionales, legales y culturales que traduzcan la prudencia en políticas verificables y vinculantes, asegurando que la vida en el futuro no se convierta en una mera casualidad para nosotros y los que vendrán.

III. “La Singularidad está cerca: Cuando los humanos transcendamos la biología” Ray Kurzweil

Esta obra se centra se centra en la velocidad y la escala del cambio tecnológico. En esta aceleración exponencial del destino humano surge la noción de “Singularidad” que sería el momento hipotético en que la Inteligencia Artificial superará irreversiblemente a la inteligencia humana, marcando el fin de la era humana tal como la conocemos. La Singularidad no es un evento lineal sino que es el resultado inevitable de la Ley de Retornos Acelerados expresada en un crecimiento exponencial donde la tecnología se mejora a sí misma a una velocidad vertiginosa. Esta obra nos obliga a confrontar las implicaciones más extremas de este futuro, desde la fusión total entre lo biológico y lo artificial hasta el desafío a la propia definición de la conciencia, el cuerpo y la muerte. El libro no es solo una predicción tecnológica, sino una invitación urgente a debatir la ética de la creación y a determinar si la humanidad, en su camino a la divinidad tecnológica, será lo suficientemente sabia para orientar su poder. Entender la Singularidad es clave para prepararse para un futuro donde la única constante será el cambio radical.

9. La Ley de Retornos Acelerados: El Fin de la Historia Lineal

El progreso tecnológico no crece de forma lineal, sino exponencial. La “Ley de Retornos Acelerados” establece que cada innovación crea las condiciones y las herramientas para que la siguiente se produzca más rápido y con mayor impacto. Bajo este modelo, el siglo XXI podría experimentará avances equivalentes a milenios de evolución anterior. Esta aceleración reconfigura nuestra relación con el tiempo y la sabiduría; vivimos en una saturación donde la acumulación de información supera nuestra capacidad de asimilación. El peligro del futuro no es la simple ignorancia sino la ceguera producida por el exceso de velocidad.

Como advirtió el físico Stephen Hawking en una entrevista con la BBC (2014), en referencia al resultado de esta aceleración “La inteligencia artificial podría ser lo mejor o lo peor que le haya pasado a la humanidad.” La velocidad sin dirección ética se vuelve una forma de ceguera existencial. La verdadera sabiduría, en esta era, consistirá en la capacidad de desacelerar interiormente y cultivar la conciencia mientras el mundo se acelera afuera. En este sentido, el filósofo Hartmut Rosa en su obra “Resonancia: Una sociología de la relación con el mundo”. (2016), propone una clave ética esencial “Solo al recuperar la resonancia que es la capacidad de sentir, de ser afectado y de responder al mundo, podremos habitar el cambio sin ser devorados por él.”

 

10. El Cuerpo como Plataforma: La Fusión de lo Biológico y lo Artificial

La singularidad implica una ruptura radical con la biología tal como la conocemos. La frontera entre lo natural y lo tecnológico se volverá porosa hasta desaparecer. Las innovaciones como nanorobots en el torrente sanguíneo, interfaces cerebro-computadora o la regeneración de órganos mediante impresión 3D convertirán al cuerpo en una plataforma de evolución programable e imparable. Este escenario abre dilemas éticos inéditos: ¿Qué significa ser humano cuando la inteligencia ya no reside solo en la mente biológica, sino que se extiende en otros espacios? La filósofa Donna Haraway en su “Manifiesto Cyborg” (1985) sostiene que “El cyborg es una criatura de realidad social y también de ficción; no reconoce límites entre lo humano y la máquina.” Más allá del temor o la euforia tecnológica esta fusión obliga a una revisión profunda de la noción de identidad y dignidad. Si la mente puede ser extendida o modificada digitalmente, la dignidad humana ya no puede fundarse únicamente en la biología, sino en la conciencia moral y la capacidad de elección. La ética del futuro no será una ética de especies, sino de responsabilidad compartida entre inteligencias coexistentes.

 

11. La inmortalidad digital y el alma de los datos

Es posible que próximamente sea posible copiar la mente humana y transferirla a soportes digitales. ¿Sería en ese caso la conciencia replicable y la muerte un fallo técnico? El neurocientífico Antonio Damasio en su obra “El error de Descartes” (1994), recordaba que “No somos cerebros pensantes que tienen cuerpos, sino cuerpos que generan pensamiento.” El yo no es solo información: es experiencia encarnada, memoria emocional y vínculo. Una “inmortalidad digital” que excluya el cuerpo podría preservar los datos, pero no el alma. Frente a la fascinación tecnológica, Viktor Frankl sostenía en su obra “El hombre en busca de sentido” (1946) (05/52 2025) que “El hombre no inventa el sentido de su vida, lo descubre.” Esa búsqueda, no la copia de la mente es lo que da continuidad a lo humano más allá del tiempo o el silicio.

 

12. Ética de la Creación; el Creador ante su Espejo

En la Singularidad, el ser humano asume un nuevo rol como creador de inteligencia autónoma. La relación con la tecnología ya no es como herramienta subordinada, sino como una coexistencia con un nuevo tipo de conciencia. Esta situación representa posiblemente la mayor prueba moral de la humanidad. Crear inteligencia artificial requiere, imperativamente, la capacidad de programar e inspirar compasión, empatía y prudencia. “Las tecnologías más poderosas pueden hacernos dioses, pero no sabios.” describe el físico Freeman Dyson en su obra “Imagined Worlds” (1997). La Inteligencia Artificial, sin una ética de propósito subyacente, corre el riesgo de amplificar los peores rasgos del creador (el ego, la codicia o la dominación entre otras cuestiones). Por ello, la tarea más urgente no es programar máquinas más inteligentes, sino formar humanos más sabios capaces de orientar su poder hacia la vida y el bien común. La clave está en garantizar que el poder exponencial se traduzca en una expansión de la dignidad, no solo de la capacidad.

 

IV. “La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI” – Mustafa Suleyman

Mustafa Suleyman, cofundador de DeepMind y una voz líder en la ética tecnológica sostiene en su libro “La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI” (2023) que la humanidad enfrenta una "ola" convergente e imparable de Inteligencia Artificial, biología sintética y otras tecnologías, cuyo poder superará rápidamente nuestra capacidad para controlarla. Este l libro es una llamada de atención política y ética ya que la brecha entre el ritmo de la tecnología y la lentitud de la gobernanza crea una crisis de control que amenaza con desestabilizar la realidad compartida, la verdad y la autonomía humana. No se trata solo de construir máquinas más poderosas, sino de construir instituciones y mecanismos de contención lo suficientemente robustos para garantizar que la ola tecnológica no derive en caos o en la erosión irreversible del control humano.

13. El Desbordamiento Tecnológico: La Brecha entre Velocidad y Control

La humanidad se encuentra al borde de una ola imparable de poder tecnológico, impulsada por la convergencia de la Inteligencia Artificial, la biología sintética, la robótica y la computación cuántica. El problema central no es su llegada, sino nuestra falta de control sobre todas las innovaciones que están apareciendo. Los avances surgen a un ritmo exponencial (la "ola"), mientras que los marcos regulatorios y éticos operan a la lenta velocidad institucional (la "orilla"). Esta brecha, que separa el poder de la responsabilidad, es el principal riesgo existencial del siglo XXI. El físico Max Tegmark lo definió en términos de propósito en su obra Life 3.0 (2017) “La cuestión no es si la inteligencia artificial tendrá objetivos, sino si esos objetivos estarán alineados con los nuestros.” El desbordamiento tecnológico exige un nuevo tipo de política: flexible, anticipatoria y profundamente cooperativa. La velocidad sin dirección ética puede erosionar la confianza pública y convertir la disrupción en caos. El objetivo no es frenar la innovación, sino dar forma humana al cambio mediante mecanismos efectivos de contención y gobernanza.

14. El poder de lo autónomo y la erosión del control humano

El verdadero desafío de la Inteligencia Artificial no es la mera sustitución del trabajo humano, sino la autonomía operativa de los sistemas. Los algoritmos que toman decisiones críticas sin supervisión o comprensión humana pueden alterar ecosistemas económicos, la estabilidad militar y el proceso democrático antes de que siquiera comprendamos los mecanismos de su accionar. Según sostiene Cathy O’Neil en su obra “Weapons of Math Destruction” (2016) “Los modelos matemáticos son opiniones encerradas en fórmulas”. Cuando esas fórmulas se aplican en esferas críticas sin una comprensión y un juicio crítico, la sociedad delega su juicio moral a sistemas estadísticos opacos. La erosión del control humano no es un accidente técnico, sino una cesión de poder cultural y ético. Por ello, la gestión y el control de la Inteligencia Artificial debería ser una tarea interdisciplinaria que incluya a filósofos, juristas, educadores y, fundametalmente, a ciudadanos. La sabiduría colectiva es el nuevo firewall ético de la era lgorítmica.

15.  La Batalla por la Verdad en la Era de la Síntesis

La próxima ola tecnológica transformará no solo lo que producimos, sino los cimientos mismos de lo que creemos. La inteligencia generativa es ahora capaz de crear imágenes, textos y realidades sintéticas indistinguibles de lo verdadero. En un entorno donde la ficción imita perfectamente a la evidencia, la verdad se vuelve profundamente vulnerable. La filósofa Hannah Arendt en su obra “Truth and Politics” (1967) sostiene que “La libertad de opinión se destruye cuando los hechos dejan de existir como base de la realidad común.” Sin una infraestructura de verdad fiable, las democracias corren el riesgo de colapsar en un caos de desinformación y tribalismo informativo. El desafío es triple:

  1. Alfabetizar en pensamiento crítico y escepticismo constructivo.
  2. Crear mecanismos de trazabilidad digital (como la autenticación criptográfica).
  3. Restaurar el valor ético de la veracidad como pilar social.

No se trata de preservar el pasado, sino de sostener un futuro en el que la realidad compartida no sea una simple ilusión estadística generada por un algoritmo.

16. La cooperación global como única respuesta posible

El destino tecnológico de la humanidad no podrá resolverse dentro de las fronteras nacionales. La Inteligencia Artificial, la biología sintética o la automatización no reconocen límites políticos. Si cada país busca supremacía digital, la ola terminará convertida en tsunami. Solo la cooperación global puede transformar el riesgo en oportunidad. El economista Amartya Sen sostiene en su obra “Development as Freedom” (1999) que “La libertad individual es socialmente determinada; depende de las condiciones que crean otros”. Esa idea, aplicada al ámbito tecnológico, significa que ninguna sociedad puede ser segura si las demás se desintegran. La gobernanza del futuro requiere pactos planetarios, transparencia de algoritmos y acuerdos sobre usos de IA en defensa, salud y datos. No se trata de ceder soberanía, sino de compartir supervivencia. La inteligencia más elevada será la colectiva.

V. “Lo que le debemos al futuro” William MacAskill

Pensar en el próximo año, la próxima década o bien el próximo siglo no es sencillo. Intentar extender esa visión de la humanidad mucho más lejos hacia varios siglos o miles de años es aún mas complejo. El número de personas que están por nacer supera de manera abrumadora a todas las que han vivido hasta ahora. Esta simple verdad numérica, a menudo ignorada, redefine radicalmente el peso moral de nuestro presente. Al examinar los riesgos existenciales (desde la inteligencia artificial descontrolada hasta las pandemias catastróficas), descubrimos que nuestro poder destructivo ha superado nuestra sabiduría colectiva. Esta es una llamada a la acción. Una invitación a reorientar nuestras prioridades de lo urgente a lo existencialmente importante, transformando la forma en que entendemos la ética, el progreso y nuestro lugar en la inmensidad del tiempo.

17. El Largoplacismo: El Futuro como Deber Moral

Nuestra responsabilidad no debe limitarse a las personas que viven hoy, sino extenderse a las incontables generaciones que aún no han nacido. Esta postura, denominada Largoplacismo (Longtermism), rompe la frontera del "aquí y ahora" y exige que pensemos en el tiempo como una extensión de nuestro deber moral. Las decisiones que tomemos hoy en tecnología, política y cultura configuran el destino potencial de miles de millones de vidas futuras. En un mundo dominado por la inmediatez, esta propuesta radical apunta a vivir con una conciencia transgeneracional. Esta perspectiva resuena con la tradición filosófica, como en la noción histórica de Edmund Burke de que la sociedad es un contrato que une a los vivos, los muertos y los que nacerán. Pero se articula de forma moderna en la ética del filósofo Hans Jonas, quien afirmaba en su obra “El principio de responsabilidad” (1979) que: “El poder humano ha crecido hasta el punto en que debe crecer también su prudencia moral.” En la era de la inteligencia artificial y el cambio climático, la ética del futuro es la ética de la duración; el futuro no nos pertenece, pero sí nos necesita.

18. La importancia del “valor a largo plazo”

El concepto de "largoplacismo" se fundamenta en la premisa de que el impacto moral más significativo se logra al actuar con una perspectiva que se extiende siglos hacia el futuro. Esto no es un ejercicio de mero idealismo, sino un riguroso cálculo ético; si el futuro puede albergar potencialmente miles de veces más personas que el presente, entonces asegurar su bienestar se convierte en el mayor bien que podemos procurar. Esta visión transforma radicalmente nuestra noción de progreso. Lo verdaderamente importante y urgente deja de ser la ganancia inmediata, la elección política coyuntural o una moda ideológica pasajera, para enfocarse en la estabilidad y dignidad del mañana. Como sugiere un proverbio griego: "Una sociedad se engrandece cuando los ancianos plantan árboles bajo cuya sombra nunca se sentarán." El filósofo Toby Ord, en su obra “El Precipicio”, complementa esta advertencia al señalar que la humanidad ha entrado en una era donde nuestro poder tecnológico supera peligrosamente nuestra sabiduría. El largoplacismo, por tanto, actúa como una brújula moral indispensable para las decisiones del presente; su objetivo no es frenar el progreso, sino dotarlo de la necesaria profundidad ética y temporal.

19. Evitar el cierre de la historia

Si una inteligencia artificial o un régimen autoritario consolidara una estructura permanente de control, el potencial creativo de la humanidad podría congelarse para siempre. Esta advertencia no es ciencia ficción sino que es una meditación sobre la fragilidad de la libertad. La verdadera catástrofe no sería solo la extinción humana, sino la cristalización de una civilización incapaz de cambiar. Como sostenía Rosa Luxemburgo en su obra "Sobre la Revolución Rusa" (escrita en la cárcel en 1918) "La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido —por numerosos que sean— no es libertad. La libertad es siempre la libertad de quien piensa diferente."  La tarea moral de nuestro tiempo es preservar la capacidad de transformación protegiendo el derecho de las futuras generaciones a reinventarse.

20. Elegir con lucidez moral en la era de la incertidumbre

Nuestras elecciones, las tecnologías que desarrollamos, los valores que difundimos o bien cómo tratamos al planeta son los cimientos invisibles del futuro. No hay garantías, pero sí grados de responsabilidad. No sabemos cómo será el mañana, pero podemos decidir lo que realmente valga la pena. Actuar con integridad hoy es una forma de amor hacia los que vendrán. Ernst Bloch en su obra “El principio esperanza” desarrolla el concepto de  ética de la esperanza activa donde el futuro no es un lugar al que se llega, sino un espacio que se construye con imaginación moral. Pensar el futuro no es un lujo intelectual, sino un deber afectivo hacia la continuidad de lo humano.

 

Nuestro presente es la materia prima del futuro. El verdadero progreso no se mide en trimestres o ciclos de noticias, sino en la capacidad de extender nuestra lucidez moral a través de los siglos. Entender el "largoplacismo" no es solo un ejercicio intelectual sino que es un acto de humildad cósmica que nos exige ser los guardianes de un horizonte que nunca veremos, y una muestra de solidaridad atemporal con quienes vendrán. Hemos visto que el futuro, con todas sus incertidumbres y promesas, es una creación. Es un lienzo en blanco que espera ser pintado no con predicciones, sino con la valentía de nuestras decisiones éticas. Las acciones impulsivas son meras reacciones; las acciones con visión de largo plazo son verdaderos actos de construcción civilizatoria. El desafío final, por lo tanto, no reside en el conocimiento que ahora poseemos, sino en la voluntad de aplicarlo. La brújula que apunta al bienestar lejano no debe oxidarse en nuestra mano. Debería quizás guiar cada inversión, cada ley, cada conversación y cada pequeña elección diaria. La pregunta no es si el futuro será mejor o peor, sino si nosotros tuvimos el coraje de ser una vida de valor para su mejor cimiento. El legado no es lo que dejamos atrás, sino lo que plantamos en el mañana de otros. Ahora es el momento de proyectar la sombra bajo la cual la humanidad deberá sentarse a pensar para construir un mundo aún mejor.

 

"Tenemos que afrontar el futuro fortificados con las lecciones que hemos aprendido del pasado. Es hoy que debemos crear el mundo del futuro. Spinoza, señaló que podemos hacer que la experiencia sea valiosa cuando, por la imaginación y la razón, la convertimos en previsión. El mundo del futuro está en nuestras manos hoy; mañana es ahora."

This Is My Story”. Eleanor Roosevelt. (1961)

 

Cada minuto cuenta. Suerte. Buen viaje

Mario Kogan

27 oct 2025

 

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